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Ambientación

Innumerables son las historias que conocemos, de seres mágicos, mundos lejanos, incluso dimensiones paralelas. ¿Qué pasaría si te digo que todo lo que has oído es real?. Si, todo es real, y está a solo un paso de distancia.

Hace mucho tiempo la gente que dominaba la magia y hechicería tuvo ambiciones destructivas para con si mismos y el mundo, pensaron que al poseer dicho conocimiento serían seres casi omnipotentes, lo que ellos no conocían era que al abusar de ella, las barreras que mantenían a los mundos separados comenzaron a unirse gracias a la oscuridad que crecía en los reinos por estos abusos.

Hoy en día cualquier raza puede encontrarse en cualquier reino, ya que las brechas espacio tiempo creadas por la oscuridad, las cuales todos conocen como Portales, les permiten viajar entre ellos, aunque todo viaje tiene sus consecuencias...

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Autumn — Vampiro.

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Autumn — Vampiro.  Empty Autumn — Vampiro.

Mensaje por Autumn Sáb Ago 13, 2016 7:37 pm

Edad: 21 años
Ocupación: Dama de compañía
Nacionalidad: Japonesa
Avatar: Lin Yun
Raza: Vampiro
Habitante de: Mundo
Autumn
Under our masks we hide too many shadows. Envy, sadness, anger, fear... and lust.

Psicología


Como la suave brisa acariciando la piel expuesta una tarde de verano,
así es Kaori.

De las cenizas resurgió cual majestuosa ave de fuego y se creció ante la adversidad, desempolvando el pasado para traerlo al presente. Inocentemente letal. En sus acciones le mantiene en su mente, expresando todo el amor que alguna vez pudo darle. Delicada, dulce, generosa. Es una perfecta embaucadora. En la soledad un velo de tristeza se posa en la mirada, y en la oscuridad, las sombras desatan las riendas del caballo indomable, portador de las más bajas pasiones. Todavía tiene mucho que aprender pero no tiene prisa, la eternidad le espera junto a él. 

Historia

Los focos iluminan las delicadas facciones en el más absoluto silencio, las manos se elevan despacio y con elegancia hasta posarse en el piano, presionando para dar inicio a la actuación. Las primeras notas se mecen suavemente, como la brisa nocturna acariciando la piel desnuda, hasta que una gran ráfaga de viento se las lleva violentamente. Los largos y delgados dedos se deslizan a través del teclado, con una precisión y rapidez aparentemente sobrenatural. Kaori no duda en ninguna parte de aquella partitura que sólo su mente ve, pues la conoce a la perfección. La Nº 23 de Beethoven resuena por toda la sala. Apasionada. El ritmo frenético de sus dígitos hace honor a su nombre, tan deprisa que su corazón se acelera, peleando con ellos en una carrera mortal. Siente que el aire le falta a los pulmones, se muerde los labios, los relame, respira más fuerte. La sonata susurra su nombre, le pregunta si le oye, si volverá a caminar. El pie pisa el pedal por enésima vez mientras las primeras gotas de sudor amenazan con resbalar de su frente, perderse en el oscuro cabello que hace contraste con la pálida piel y el largo vestido rojo. Ella está sentada en una punta del taburete, y salta, de un lado al otro, apuñalando con sus yemas el bello instrumento. Ligeros espasmos tensan más sus brazos, su espalda, su cuello. Sin errores las manos alcanzan el final cuando su cabeza cae hacia atrás y cierra los ojos. La melodía se acaba con una muchacha agotada, jadeante y perdida en el gratificante sonido de los aplausos que hacen levantar del asiento a los espectadores. La sonrisa le acompaña cuando se endereza y camina, inestable como una peonza, haciendo una reverencia antes de abandonar el escenario. Al otro lado cae de rodillas, inhala y exhala. Llora de emoción y le imagina una vez más. Sabe que le ha alcanzado.

El ramo de flores queda olvidado cuando alcanza el hogar familiar, no se ha detenido ni a leer su nombre coronando la lista de clasificados. Como un ratón escapando de un gato, la pianista se enfila por las escaleras y las supera en tiempo récord, irrumpiendo en la habitación conocida. Espera ver los dorados cabellos pero se encuentra con un vacío tan frío como el invierno allí fuera. La sangre se hiela cuando observa la silla de ruedas intacta a un lado de la cama, así que corre una vez más. —¿Onii-san?—en su voz se apaga la esperanza y se abre paso el temor. Aunque le llama en repetidas ocasiones la respuesta siempre es la misma. Silencio. Los temblorosos pasos terminan avanzando hacia el cuarto de blancos e impolutos azulejos, la puerta se abre despacio. Quiere llamar su nombre pero la garganta se quiebra cuando la atraviesa un agudo grito. Sangre, sangre, sangre. Los brazos se sumergen y toman al inerte cuerpo desde los hombros, apretándolo contra el pecho entre lágrimas y sollozos. Le pregunta qué ha hecho, porqué se ha ido de su lado. Le abraza con tanta fuerza que podría romperlo, pero ya no importa porque le ha dejado y su trastornada cabeza mantiene la esperanza de poder devolverle la vida con su calor. Los alaridos no tardan en alcanzar a aquellos progenitores que aguardan en el salón y ahora pretenden arrancar a Kaori de los brazos de su hermano. Se resiste aun cuando la liviana anatomía se separa sin esfuerzos del suelo, lejos de él. Patalea, grita, llora. Quiere despertar de la pesadilla pero la triste realidad le azota en cada golpe que se provoca tratando de liberarse y volver junto a Kaze. El carmín tiñe sus manos, su rostro… Se pierde en el elegante vestido. La puerta se cierra con ellos tres fuera y entre lamentos que no cesan el cadáver se desvanece como el humo que abandona un cigarrillo.  

El alma se le escapa en cada suspiro que abandona sus labios. Ha dejado de comer, ha dejado de dormir. Respirar no significa vivir. Arrodillada frente al altar que dispuso ella misma en el cuarto de invitados los llantos de su padre rompen el silencio nocturno. Su hermana le ha llorado tantas veces que las lágrimas se han drenado. ¿Qué hay más difícil para una familia que perder un hijo y no poder enterrar su cuerpo? Inexplicable. Y sin embargo, la reina de corazones sigue moviendo sus hilos, presionando de un modo enfermizo para que la pequeña vuelva junto a su piano y siga colgando en su cuello medallas de oro. El encuentro se vuelve acalorado, las manos viajan por el espacio sujetando de las muñecas, zarandeando. El jarrón se resbala cuando las anatomías se topan con los muebles de la sala, fragmentos de cerámica que reflejan el presente de la pobre muchacha. Él acaba interviniendo, atormentado por los recuerdos y las verdades que se clavan como dagas en las sienes. Como una serpiente escupe el veneno y la paraliza, viéndolo todo nublado por varios segundos. Retrocede con expresión de horror al mirar los ojos de su madre, y recuerda, su cabeza está bombardeada por flashes del cachorro asesinado vilmente. Un paso tras otro. Nadie logra detenerla cuando su silueta se pierde entre la oscuridad, abrazada por la nieve que cae desde lo alto del cielo y penetra en los finos huesos. Como una flor marchita por el otoño permite que sus pétalos sean arrastrados por el viento. Seguir no tiene sentido, pero el destino siempre ha sido cruel y terminar con ella no es su cometido.

Son sólo los brazos desconocidos quienes logran sostener el cuerpo que desfallece de cansancio e inexistentes ganas de vivir. Un cordero en la boca del lobo. Un insecto perfectamente atrapado entre telas de araña. Susurros en el oído y caricias en el cabello, bálsamo para el corazón quebrado. El vampiro ve en la muchacha quien una vez le dio sepultura y bautizo después. Debe hacerla suya y conoce bien las formas.  “Puedo llevarte con él.” El palpitante músculo se ilusiona con una ingenuidad vertiginosa, se entrega como tributo sin medir las consecuencias. En el cuello expuesto Tsubasa encuentra el paraíso y no duda en enterrar los colmillos, profanando la dermis del más puro blanco hasta que se encuentra con el elixir de la joven humana. Él entra en frenesí, ella enfebrece de placer. Está vibrando como las cuerdas del piano, notas que se desbordan de su boca con cada gemido liberado.  Hasta romperse y convertir la dulce sonata en una melodía cacofónica. Ya no tiene voz para gritar ni extremidades para moverse. Una sombra penetra desde la punta de los pies, es la muerte jugando con cada átomo hasta apagarlo. Su mente es la única que brilla en la negritud abismal como Polaris en la bóveda celeste.  Siente el miedo, siente el dolor. La soledad y el vacío la consumen, la engullen como si de olas marinas se tratase. Está flotando, cada vez más hondo en aquel océano sin fin. Y antes de tocar fondo el líquido baña los carnosos y se desliza hacia el interior. No hay nada allí abajo, no hay forma de que vuelva a subir.  El aliento se desvanece y el alma se agota, con un soplo.

Se dice que el tiempo es el resultado de la expansión del universo. Si la teoría de cuerdas es correcta el universo posee nueve dimensiones espaciales y una dimensión temporal. Podemos imaginar que al principio todas las dimensiones estaban entrelazadas y durante el Big Bang tres dimensiones espaciales que son altura, anchura y profundidad, y una dimensión temporal, que es el tiempo, se desligaron. Las otras seis quedaron minúsculas y todas pegadas. El tiempo como lo conocemos es una dimensión que experimentamos sólo en una dirección. ¿Pero y si una de las nueve dimensiones no fuera espacial sino temporal?

El universo se mueve hacia un estado de disipación. Es el principio de entropía, la tendencia del universo a evolucionar hacia un estado de desorden creciente. El principio de entropía está relacionado con la flecha del tiempo, un resultado de la expansión del universo. ¿Pero qué pasará cuando las fuerzas gravitatorias contrarresten las fuerzas de expansión o la energía del vacío cuántico sea muy débil? En ese momento, el universo podría entrar en una fase de contracción, el Big Crunch. Y el tiempo, se invertirá.

Las burbujas descienden hasta desaparecer mientras el cuerpo inerte se eleva hacia la superficie. Los latidos retumban en la caja torácica, los sonidos llegan poco a poco a sus oídos y los dedos tiemblan en leves espasmos, como tratando de deshacerse del hormigueo que precede a la parálisis. Tic-tac, tic-tac. El rostro encuentra su salida hacia la atmósfera y Kaori abre por fin los ojos.

Ha regresado.  

El oscuro manto continúa sobre su cabeza, la luna es la única que la observa. Los diminutos copos de nieve aterrizan en la frente y las mejillas, no logran derretirse en la piel gélida. Sobresaltada abandona la dureza del suelo y permanece sentada, palpando el pecho inmóvil, buscando el oxígeno que alguna vez viajó de nariz a pulmones. No hay necesidad de nada de eso, pero todavía no logra comprenderlo. El dolor agudo que atraviesa la sien le permite recordar, no hay rastro del culpable de su desgracia. Ha hecho un pacto con el diablo, mas no ha salido ganando. La tortura continúa en su memoria y el castigo da inicio con la voraz sed que raspa su garganta. Beberá, beberá y beberá. Hasta entender que no es agua lo que necesitan sus entrañas.

Diecinueve primaveras, ningún astro se posa sobre ella. Lleva meses deambulando, buscando alimento como una sanguijuela. Cuando los filosos dientes se agrandan y el borgoña empapa la tersa piel de su barbilla, los juiciosos diamantes se fijan en ella. Detiene a la bestia antes de que acabe con su presa y se la lleva, a un lugar donde nadie los vea. Dmitri es su nombre, sabe bien qué le sucede y se compadece. Kaori se aferra a la única mano que puede ayudarla y aguarda por instrucción. A lo lejos siente cómo brilla el sol.


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{ ♠ } Gustos: Tocar el piano, la música clásica, las flores, los gatos, el té, los mochis, la seda.
{♠} Disgustos: Nieve, que no la respeten por su oficio, los deudores, los regaños de Dmitri.
{ ♠ } Fobias: Volver a perder a un ser querido.
{ ♠ } Otros: Actualmente reside en Nueva York, ejerciendo de co-propietaria y empleada en una casa de señoritas. Dmitri se mantiene a su lado, como jefe y maestro de la inexperta vampiro. Autumn es su pseudónimo. 
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Mensaje por The Dark One [Mephisto] Sáb Ago 13, 2016 7:50 pm

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