[Priv. | Victoire] Cómo vivir en una burbuja: lo que no hay que hacer.

Al cruzar la puerta dejó que cada célula de su cuerpo humano se mezclara y mutara en las propias; su piel adoptó ese índigo que carecía de pigmentación pero que definitivamente era índigo y su cabello se convirtió en pequeñas flores que frescas y rosadas danzaron en su cráneo, alrededor de sus extensos cuernos. Cruzó y de repente creció casi un metro, y sus prendas se perdieron entre un mundo y el otro y sus ojos se volvieron tan rosados que ni las nubes en ellos pudieron disimularlos. ¡Era genial estar en casa otra vez! Ser ella misma.

Desde que se había apoderado del cuerpo de Sam, ni una sola vez había visitado en carne propia su lugar de origen. En sueños, era todo diferente. Ella no era Il Capitano, sino una simple humana, y aunque podía cambiar no se sentía de la misma manera. No... sí, era real pero se sentía distinto y... ¡agh! No sabía cómo explicarlo.
Así que suspiró, feliz pese a que lo que le recibió al cruzar el umbral fue oscuridad. ¡Negrura total! Se sorprendió un poco y por instinto se aferró a su lanza, fiel compañera y salvadora. No lograba escuchar nada, no sentía la amenaza de ningún horror pero era incapaz de relajarse. Había estado antes en lugares así de oscuros pero... ¿acaso estaba oxidada? ¿No sería capaz de identificar su ubicación?

Frunció un poco el ceño y sus viperinos labios se tensaron en una mueca incómoda, indecisa. Entonces un fuerte viento hizo que perdiera el equilibrio y esa misma ferocidad la arrojó en dirección desconocida, como si Il Capitano fuera tan ligera e insignificante como las nubes que a su cuerpo siempre se aferraban.

A medida que avanzaba el espacio se iba haciendo más y más angosto aunque igual de oscuro e impreciso. En algún punto logró estabilidad pero, ¿de qué servía si no podía estirar las alas para controlar ese vuelo frenético? Sólo tenía una opción, pensó, aunque aquella implicara perder su lanza para siempre ante las reacciones impredecibles de su entorno.

El viento aún la arrastraba, aparentemente hacia arriba, cuando clavó la punta de su arma en una de las paredes negras y de repente el aire dejó de soplar y absolutamente todo comenzó a sacudirse. Il Capitano se aferró fuertemente a su lanza pero la fuerza era tanta, tan rápida y desesperada, y entonces sintió algo cálido en las manos, en los pies. ¿Qué era? No veía y la sustancia no tenía un olor significativo. Y la punta filosa de su compañera se desprendió súbitamente, dejándola a la deriva durante breves segundos.

El segundo soplo de aire fue más fuerte, más iracundo, como si ese espacio intentara deshacerse de Il Capitano de una vez por todas. No tuvo oportunidad de anclarse con la lanza otra vez y en un parpadeo vio una luz al final del túnel. Y en otro parpadeo se vio rodeada de esa claridad.

Expulsada con violencia y suspendida en el aire frío, intentó estirar sus estrellas para encontrarse con que, otra vez, no podía hacerlo. Entonces miró a su alrededor. Cielo. Mucho cielo, todo cielo. Nubes. Burbujas. ¿Burbujas? Echó otro vistazo, más atento, más irritado. ¡Ella estaba en una burbuja! — ¡Ah! — Gritó, molesta, frustrada. — ¡¿Así es como me recibes, mundo?! ¡¿Tan poco me has extrañado?! — Continuó con su rabieta hasta que cayó en la parte de la burbuja que cumplía función de suelo por el momento.


Y, cuando su cara se hundió en la delicada pared transparente pero aparentemente irrompible, fue que lo vio: un elefante. Un enorme elefante, tan grande como una montaña del mundo humano; tan grande que, de hecho, Il Capitano había logrado entrar en su trompa sin incomodidad alguna. — Demonios... — Murmuró, claramente más calmada porque... Demonios, ¡había apuñalado a un pobre elefante que hacía burbujas!

Se quejó en voz alta y rápidamente exclamó: — ¡Lo siento tanto! —, sin saber si el elefante la podía entender o no. — ¡No sé cómo llegué ahí! ¡No fue mi intención hacerte daño! ¡Disculpaaaaaa! — Siguió y siguió, y el enorme animal la miró y la miró; ¿la entendía? La forma en la que enroscaba su trompa decía que sí, su mirada vacía y perdida, aunque acusadora, le indicaba otra cosa.

Golpeó con fuerza las paredes de la burbuja pero esta no explotó, siquiera sufrió algún tipo de daño. Intentó clavarle las uñas, la punta de su lanza, pero no era posible. — ¿Qué? —, susurró confundida. Sin haberse dado cuenta, la burbuja se había hecho más pequeña con cada esfuerzo por salir. ¿Era eso... una trampa? La expresión en su rostro fue un poema: enojo, indignación, curiosidad y furia, todo al mismo tiempo. — ¡Déjame salir, te dije que lo sentía! — Se quejó nuevamente con el elefante, incapaz de reparar en nada más porque había caído en una trampa y parecía que el único que podía sacarla de ahí era un elefante gigante que guardaba cierto resentimiento para con Il Capitano por haberle hecho daño.

Cuando se encontraba en el mundo imaginario era un ser completamente diferente al que se solía ver cuando estaba fuera del mismo, si bien en personalidad no llegaba a cambiar en su totalidad, sí en aspecto; comenzando por su altura, la fémina llegaba a medir unos noventa centímetros, sus cabellos eran dorados y uno de sus ojos estaba siendo reemplazado por una rosa blanca que, dependiendo del estado de ánimo, llegaba a cambiar a rojo o negro, su anatomía era semejante al de una muñeca , su contextura era delgada y a simple vista se llegaba a ver delicada. Si algo se podía aclarar era que ella era bastante solitaria,  o bueno… no tanto, tal vez solo en un par de ocasiones, ya que cuando se encontraba acompañada o con otros seres imaginarios llegaba a entablar pequeñas charlas.



Actualmente se encontraba sentada en una pequeña silla que estaba adjuntada a una mesa de té tomando, claramente, un poco de un té que había preparado y había sido inventado por uno de los humanos con los que compartió un corto lapso de tiempo; el sabor era una mezcla de entre lo dulce y amargo, el color del agua era rosa pastel y llevaba adornos (aquel líquido) semejantes a diminutos lotos que giraban sobre su mismo eje cada vez que tomabas de un sorbo. Un par de mariposas cuyas alas iluminaban el ambiente se encontraban allí, algunas creaban sonidos con sus aleteos que para la joven eran bastante divertidos, agradables.

De manera inesperada, en la escena comenzaron a aparecer burbujas de diferentes tamaños que generaron que la mirada de Victoire, y atención, se posara en las mismas, la taza de té la dejó sobre la pequeña mesa, una sonrisa sobre su propio rostro apareció demostrando de esa manera el agrado por la inesperada visita de las mismas, empero, dicha expresión se borró cuando comenzó a escuchar el sonido de otros seres, al parecer un elefante y otro ser que poseía la capacidad de hablar, los cuales no parecían estar muy contentos que digamos. Ladeó la cabeza hacia el sitio donde creían que estaban, las mariposas se habían ido en un abrir y cerrar de ojos de allí, todo se volvió oscuro, Victoire apenas podía ver algo.

Se levantó después de unos minutos de haberlo meditado y, acto seguido, prosiguió a prender rumbo hacia donde los sonidos estaban. Inesperadamente se chocó contra una de las patas de lo que parecía ser el elefante, un par de pasos retrocedió y tras notar la inmensidad del mismo el ojo que no estaba siendo reemplazado por la rosa blanca se abrió de manera semejante a cuando los humanos se sorprendían. El elefante, como bien se había mencionado, era gigantesco, dentro de una de las burbujas pudo ver que había, al parecer, un ser imaginario atrapado. Para su fortuna, no todas las burbujas viajaban por los aires, algunas también, antes de volver a ascender, paseaban por los “suelos” por lo que, y sin dudarlo, se atrevió a subirse a una (ya que las mismas no parecían romperse con facilidad). Cuando la burbuja se elevó, llegó hasta la misma altura en la que estaban las demás, inclusive en la que estaba el otro ser. – ¿Qué hiciste para terminar así? –

Bien. Genial, genial. Le tomó un par de minutos de completa rabieta e inútiles intentos por liberarse para darse cuenta de que, sin duda alguna, estaba perdida. Bueno, no perdida-perdida, sino más bien perdida hasta que se le ocurriera una forma de salir de esa molesta burbuja. ¡O! Hasta que el elefante la perdonara... lo cual creía un poco imposible, según los ojos indiferentes del enorme animal.

Su burbuja se había reducido bastante aunque aún no la obligaba a acuclillarse ni doblarse de ninguna manera para estar cómoda dentro de ella. Suspiró, cerrando sus cielos por un instante porque debía pensar. Los impulsos no eran su forma de actuar y no sabía qué la había llevado a enojarse tanto por un simple error. ¡Podía pasar! ¡Las puertas se abrían en cualquier lado! Podía ser en medio de una montaña o dentro de la trompa de un elefante, ¡cualquier lugar! Cualquiera.

Inhaló una gran cantidad de aire para no volver a estallar como lo había hecho. ¡Quería salir de ahí! ¡Quería recorrer sus tierras otra vez! ¿Tal vez ver viejos conocidos? ¡Algo! ¡Algo que no implicaba estar flotando aparentemente a la deriva! Aún sin abrir los ojos pensó, pensó y pensó. ¿Qué podía hacer? Y, para un ser proveniente de Imaginación, se halló en una terrible falta de ideas.

De hecho, tan concentrada se encontraba, que casi pierde el equilibrio cuando una voz llegó hasta sus oídos. Separó sus párpados rápidamente, buscando con la mirada a la criatura que, suponía (o esperaba), debía estar por algún lado, cerca. — ¡Ah! — Exclamó al encontrarla. El alivio fue evidente en su tono de voz. Tenía la esperanza de que la, sospechaba, imaginaria le ayudara a salir de ese aprieto. — Bueno, verás. La puerta pensó que sería gracioso traerme a Imaginación desde el interior de la trompa de ese elefante. — Explicó con mayor calma de la que sentía, con ese porte tranquilo e imponente que Il Capitano solía tener.

— En realidad, ¿sabes? Sé que es mucho pedir pero, ¿crees que podrías-? — Mas debió dejar de hablar en medio de su pregunta pues de repente su burbuja dejó de flotar. Pero no se sintió caer sino, más bien, detenerse. Desvió la mirada de la otra criatura para inspeccionar lo que había pasado. Justo a la altura de sus caderas se encontró con... ¿qué era eso? Una especie de vara o algo por el estilo. Había atravesado parte de la burbuja pero no la había roto sino que se había integrado a ella.

Il Capitano tocó la ramificación, notando que era un tanto pegajoza al tacto mas su dureza era similar a la del cristal. Entonces observó a su alrededor, hallando más y más de esas líneas, todas unidas y algunas con otras burbujas pegadas a ellas. La idea de la trampa le volvió a la cabeza. Fue inevitable el mal presentimiento. — Eh, ah, disculpa, — quiso llamar la atención de su reciente compañía. No saber su nombre lo hacía todo más difícil. — Oh, no sé tu nombre, tú. ¡Ten cuidado! Creo que algo aquí no está muy bien que digamos. — Advirtió, apresurada. Realmente creía que estaban en serios problemas.