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Ambientación

Innumerables son las historias que conocemos, de seres mágicos, mundos lejanos, incluso dimensiones paralelas. ¿Qué pasaría si te digo que todo lo que has oído es real?. Si, todo es real, y está a solo un paso de distancia.

Hace mucho tiempo la gente que dominaba la magia y hechicería tuvo ambiciones destructivas para con si mismos y el mundo, pensaron que al poseer dicho conocimiento serían seres casi omnipotentes, lo que ellos no conocían era que al abusar de ella, las barreras que mantenían a los mundos separados comenzaron a unirse gracias a la oscuridad que crecía en los reinos por estos abusos.

Hoy en día cualquier raza puede encontrarse en cualquier reino, ya que las brechas espacio tiempo creadas por la oscuridad, las cuales todos conocen como Portales, les permiten viajar entre ellos, aunque todo viaje tiene sus consecuencias...

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Mensaje por Hawk Cobra Mar Ago 09, 2016 1:12 am


Nueva York

Último día de la temporada legal de caza de ciervo en los bosques del norte.

Lleva ya un par de días siguiendo a un ejemplar enorme, que con su majestuosa cornamenta sería un trofeo maravilloso para su pared. El macho es astuto y está seguro de que advirtió su presencia la mañana de la segunda jornada, cuando huyó por sobre un estero a perderse en la espesura. Hawk podría haberle disparado allí, pero prefería esos juegos que se revestían de una satisfacción que el golpe de gracia tenía de forma demasiado efímera.


[Privado/Tsubasa] Hunter Red-deer-woburn-abbeys_5-2

El clima del cambio de estación comienza a enfriar las noches, pero va bien armado y abrigado, además de que siempre encuentra dónde acampar y hacer un pequeño fuego que en los amaneceres ahoga con tierra. Mientras aguarda que el sol se levante, sabe que no puede alargar más la espera, porque si bien no tiene respeto por las reglas, las leyes son claras y odiaría que le revocaran su licencia y la paz que produce el no tener que ocultarse al practicar su deporte favorito.

The Hawk:

Con su cuchillo talla despreocupado un tronco que ha recogido para hacer la fogata. Sus oídos se recrean en el silencio sobrecogedor de la madrugada, interrumpido sólo por los habitantes de la noche que se ocupan de sus quehaceres como si el Halcón no estuviera presente. De cierta manera no lo está. Su mente divaga, descansa, imaginando el escenario en que por fin obtenga la presa. Sabe que el animal tiene su guarida cerca, le ha visto regresar por el mismo camino durante toda la semana y agradece que todo ser vivo sea esclavo de la costumbre.

Se pregunta de pronto por qué no ha salido en busca de más de esas criaturas que le cagaron la vida. Se responde que tiempo tiene y que por mucho que las historias de terror digan que son superiores, sabe que eso no es cierto. Los humanos siguen siendo mayoría. Él se sigue considerando humano.Un cocodrilo sigue siendo más mortífero que una bestia que ni siquiera da la cara, que probablemente estén condenados a ciertas horas, ciertos lugares, ciertas maldiciones que no les dejan ser libres como lo es él. Cobra no conoce el miedo, ni los límites, ni los obstáculos. No conoce de bajar la cabeza porque es él quién las tiene colgadas de todos los tamaños y especies en sus paredes. Incluida la que le mordió y que cambió de forma cuando le ensartó una bala en la frente.

Había sido interesante la taxidermia. No pensaba que tendría algún detalle especial cuando volvió a su forma original, pero para su sorpresa la mandíbula y los dientes estaban aún cercanos a los de un lobo. Les había limpiado y fijado en una amenazante mueca, la que recordaba de cuando le tuvo encima y le había puesto unos ojos de vidrio anaranjados, para nunca olvidar el infierno que había en sus pupilas fieras. Incluso hizo el experimento de tatuarle las sienes, con símbolos nativos americanos que concordaban con la raza del cambiaformas. Era su más grande premio y recordarlo le llenaba de ambición y orgullo.

Esta cacería de ahora es un entrenamiento para sus nuevos objetivos, por eso está haciendo uso de un arma que es mucho más ‘romántica’ que un rifle, porque le gustan los retos y está seguro de que matar a esas criaturas será mil veces más excitante con una flecha que con la inmediatez de un disparo. Su arco es liviano y bien utilizado las flechas alcanzan una velocidad que atravesaría al ciervo sin complicaciones. Lo había comprado antes de mudarse a Nueva York con la esperanza de que fuera su nueva amante con la que finiquitarían a los monstruos que ahora plagaban sus sueños.

The Lover:

Lo que no sabe es que en esa oscuridad se encontrará más temprano que tarde con alguno de ellos y que el juego cambiará de reglas a unas que él desconoce.

¿Qué más seductor que la incertidumbre?
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Mensaje por Hayate Tsubasa Mar Ago 09, 2016 12:48 pm

La sangre que se derrama en la garganta no es ni tan eficaz ni tan placentera, no le produce escalofríos o un ronroneo constante que muere al paso de la carne por entre los labios pues si hay algo que adore más que la cacería inclusive es marcar con fuego agónico a las presas yaciendo entre los brazos ya que Tsubasa, en su burla infinita, no es de los vampiros que guardan el secreto de su condición con pasadas sutiles de la lengua sobre esas heriditas tan pequeñas como puntas de lápiz. Permite que los cadáveres se encuentren en medio de los caminos, riega con su vida extinta las yemas de sus dedos antes de dar el golpe final porque entre sollozos; locura y un punto de sadismo oculto en lo profundo de sus pupilas encuentra un gozo antaño perdido. Y es que Nueva York aburre, en cierta medida, al momento en que las presas vuelcan la humanidad de su naturaleza sobre inútiles plegarias plenas de súplica fingida. Pero hay algo que llama su atención esa noche comenzando, el sol oculto no hace más de un par de horas, la luna en lo alto coronando el reino que le pertenece mientras las estrellas persiguen sus faldas plateadas como niños en medio de inocentes juegos. — ¿Tienes algo para mí hoy? — murmura en tono bajo mientras la sonrisa le tira de las comisuras con saña, ampliando y ampliando hasta que los colmillos destacan en un rojo manchado.

Dime que tienes.
Dime que es tan jugoso puede ser.
Dime que sangraré y de las cenizas renaceré para clamar la victoria que me pertenece por derecho sobre hueso, músculo y una vida extinguiéndose entre los labios.

Tsubasa deja caer sobre duro concreto al cascarón vacío de congeladas facciones. Se denota el terror, mas el deseo se convierte en una explosión carmín y perla, derramándose por las comisuras de las llenas carnosidades; hay miedo, pero la adrenalina de saberse cazado y sometido es un placer culpable reptando bajo la piel de esos pensándose diferentes al resto porque el poder corrompe y experimentarlo en toda su magnificencia engancha como la droga más letal. — Adiós para siempre, love. — el gesto se le agranda una vez más como si estuviera borracho de emoción a la vez conocimiento. El hombre yaciendo en el suelo posee una identificación curiosa, una pistola en su cartuchera tras la espalda y toda la pinta de ser tan repugnante como él. — Te dejaremos allí donde tus padres puedan encontrarte. Allí donde la ira encienda la agónica mecha. — Tsubasa posee tan mal costumbre, hablando a los muertos como si estuvieran vivos y pudieran responderle como si fueran monstruos acechando en la parte posterior de su cabeza. Pero de algún modo esos ojos carentes de vida le devuelven la mirada al momento en que el vampiro se agacha tan sólo un poco en su posición acuclillada con el fin de trazar con el índice en pequeño símbolo invisible en la frente. Hay costumbres que se pierden y otras que permanecen, no basta tan sólo con las marcas de sus dientes, no es suficiente, necesita saberlos suyos incluso cuando cruzan el sendero entre el cielo y el infierno porque su posesión en enfermiza y los celos retorcidos.

Es entonces y sólo entonces, cuando pasados los segundos y el viento agitando con fuerza los dorados cabellos parecidos al oro fundido que se yergue en toda su estatura para alzar un tanto la cabeza, cerrando los ojos en el proceso y permitiendo a los aromas lejanos volverse tan nítidos como si estuvieran mordiéndole en la punta de la lengua. No tiene más consciencia de lo que se agita entre las sombras esa noche, ahí a las afueras, con el bosque en una esquina y la civilización en la otra pues lo único certero es el hambre arrasando con la poca cordura que podría quedarle por esos instantes en donde las facciones finas se endurecen y la máscara predatoria es colocado con sutileza sobre las pupilas ciertamente dilatadas gracias a la emoción de nuevos retos todavía por explorar.

Vamos a jugar, que los monstruos bajo la cama han salido ya.
El trayecto se le hace corto, la velocidad visceral, el deseo de sangre rugiendo, insaciable, incontenible aun cuando ha estado alimentándose con un desespero ilimitado desde que el sol cayó de su trono y la luna ocupó lugar sin mayor vergüenza.

Porque el rubio ha captado aromas extranjeros en los bordes delicados de las hojas balanceándose al son del viento. Porque no creé todavía la cantidad de inconscientes sumergiéndose en la oscuridad y los más alejados rincones de la ciudad. No es seguro, empero, la sensación buscada con vehemencia es para los débiles y los estúpidos. Tsubasa se considera un depredador, no una presa, y bien claro se lo deja a todos aquellos mortales de corazón intranquilo saliendo a su encuentro entre la inmensidad frondosa de árboles y arbusto. Los animales que cazan no tienen posibilidades de escape, no pueden hacer frente a las balas, a las flechas o a los aserrados cuchillos colgándoles de los cintos pero él sí; él sí y no tarda en demostrar su poder (ese corrompiendo, extasiante, sabiéndose capaz de quebrar pilares con el mísero toque de sus dedos; de desgarrar el cuero con un solo mordisco certero) a la humana arrogancia arrastrándose ahora entre agrietadas piedras y carcomidos troncos al mismo tiempo en que la luz mortecina naciendo del cielo para derramarse en la tierra alumbra tan macabro cuadro ahí en donde sus hijos caminan a pasos silenciosos. Acechan, porque la bestia busca en la noche eso que los ángeles aclaman durante el día.
Y es entonces que le ve, a uno en particular, mientras el dorso de la diestra se eleva segundos exactos hacia los gruesos labios rojizos con el único fin de arrastrar la sangre manchándole el mentón y el carnoso pétalo inferior. El acto pinta su mejilla en difuminadas maneras empero no es cosa importante ahora, que le provoque mayor inquietud porque a su frente y entre los amplios matorrales un hombre de tintado lienzo sujeta lo que reconoce como arco (Tsubasa no está familiarizado con las modernas armas implementadas por el hombre, generando más y más destrucción por culpa del terror que le produce perder la guerra. Nunca su vida, algunos, en su prepotencia, creyéndose invencibles) mientras parece detallar el terreno con pupilas afiladas cuales garras de halcón.

Al inmortal se le antoja diferente, como pieza única en un tablero desolado, el rey imperfecto masacrando a los súbditos bajo sus pies. — Si lo que buscas son monstruos que cazar, me temo que con eso no podrás hacer demasiado. — es descarado en su andar, saliendo de entre penumbra y flora, con la ropa empapada en la sangre de lo que posiblemente eran sus compañeros (eso, si en algún momento, ese hombre de zafiras profundidades trabaja con ayuda de otros). — Pero… — murmura, repasando con sus inmensidades escarlatas la figura a su frente. — No creo que tengas la oportunidad de descubrirlo. — termina en un sonido perverso, como la sentencia directa al infierno. Gesto sediento, brillando cuales faros en la noche los colmillos alargados hasta rozarle el labio inferior y un poco más abajo. Tsubasa no lo piensa, no raciona, el hambre deslizándose por cada terminación nerviosa cual incendio descontrolado; arde en las entrañas, quema en la base de la garganta.

Saltar sobre él, dispuesto a arrancarle la vida entre profundos tragos y exclamaciones ahogadas, se convierte en una certeza apabullante.
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Mensaje por Hawk Cobra Jue Ago 11, 2016 6:37 pm

Avanzaban con pereza los minutos, el sueño lejano a ocurrir, los párpados concentrados en enfocar las pupilas en el tallado. El frío característico de esas horas que se mantenía siempre presente aunque las estaciones cambiaran, era mejor que una taza de café o un jalón de cocaína. Además el ciervo pronto aparecería en su camino, ya faltaba menos de media hora para que tomara su ruta acostumbrada en dirección al riachuelo de cerca.

Las llamas aún crepitaban con fuerza a su diestra, bailando luces y sombras en sus facciones afiladas y curtidas por la vida, el calor aliviando la piel, porque por dentro Hawk es más gélido que el clima. El sonido del fuego danzante le reconforta, pero pronto es interrumpido por el crujir de pasos sobre las ramas dispersas. Es el ciervo, piensa, pero no es el ritmo de cuartos al casi flotar sobre el suelo, es algo más bien asonante que interrumpe el fluir natural de la foresta. ¿Qué es lo que osa sacarle de su cacería? ¿Un intruso en su terreno? Es por eso que detesta trabajar en equipo, porque los hombres nunca respetan lo que es suyo. Y todo ese maldito lugar lo es. Lo es también el macho de la gloriosa cornamenta y pasará a ser su propiedad quién o qué sea que le perturba.

Se prepara. El tallado es abandonado a sus pies, el arco a un milímetro de sus dedos espera por la orden de su amado para destruir animal o humano. En la diestra reposa el cuchillo serrado, reflejando la coreografía infernal de la hoguera, como si fuera a marcar con el corte y la cauterización de un solo movimiento. Entonces una silueta se recorta, mortecina como la luz escasa, y una voz profunda recita palabras que suenan a desafío y a falta de respeto.

Es una visión visceral, bañado en sangre – porque no necesita oler ni tocar para saberlo, la conoce demasiado bien – ojos escarlata que parecen contener otra clase de infierno distinta a la del monstruo que mató esa vez y colmillos largos que refulgen como un desastre decidido a ocurrir. No conoce a esa especie, es un nuevo animal que cazar, pero no tendrá el tiempo que le gusta para analizarlo y planear su ataque. No le importa, porque el Halcón no conoce el miedo y mucho menos la derrota. Hace años decidió que si debía morir sería en su ley y eso jamás podría ser considerado una humillación si recibía el destino batallando con una sonrisa. Ese gesto se dibujó ínfimo, invisible, como si fuera a resbalar de las comisuras y su mirada de acero se fijó en los movimientos de su próxima presa.

- No sabes con quién te cruzaste, animal.- Respondió con los músculos tensos bajo la ropa, preparado para moverse en cualquier dirección lo más rápido posible. Él no necesitaba una situación de vida o muerte para que la adrenalina hiciera su parte. Él era la muerte. La provocaba al cazar, la extendía al embalsamarla y la trascendía al tatuarla. Estaba en su terreno, bajo sus reglas, y esa criatura no saldría entera de allí porque estaba subestimando al más grande predador.

Cuando se lanzó  sobre él se escabulló saltando hacia un lado, lanzando una estocada directo al abdomen de la bestia con el enorme cuchillo. Agazapado esperó, sin siquiera respirar para no bajar la guardia. Sería una noche mucho más increíble de lo que tenía presupuestado, aunque se preguntó si podría decapitarlo sin que se volviera polvo, porque en las películas sucedía con demasiada frecuencia y él quería ese lindo trofeo. Sería el primero que osó provocarlo con palabras. Quizás pudiera usar su lengua de collar.
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Mensaje por Hayate Tsubasa Vie Ago 12, 2016 12:04 am

Tsubasa no podía pensar en nada que no fueran las venas latiendo sonoras dentro de ese cuerpo de granito, blanco como el nácar pero teñido a la vez de mil colores producto de los tatuajes impresos en la dermis a todas luces curtida por las batallas libradas pues puede oler en su esencia no sólo el humo provocativo de caro tabaco sino también la sangre que ha derramado.

Animales, animales.
Un cazador con todas las de la ley. Y es que eso ha dejado de importar al momento en que sus pupilas se fijan en sus músculos entrenados, en sus ojos afilados, en el cuchillo listo para cortarlo por la mitad y no puede evitar rugir emocionado en la bajo de la garganta ante el mortal osando alzar una mano en su contra con toda la fuerza de su determinación. Es placentero en cada una de sus formas porque del instinto de supervivencia nace el odio y del odio la muerte y Tsubasa ha bailado a su son desde que tiene uso de razón bien sea por su padre, por su madre, por sus hermanos. Es un asesino y así quiere ser recordado. — ¿Animal? Animal, animal, animal. Aquí el único animal eres tú, humano. — escupió con rencor, con deseo, con la necesidad arrugando sus entrañas y las ganas de clavar los colmillos en ese cuello grueso. Largo, largo que se extiende hasta el infinito. Nunca ha visto una garganta más apetecible pues no tambalea ni traga pesado. No suplica, no llora, ¡no ruega, maldita sea! Y eso al vástago le atrae con fuerza demoledora porque piensa obligarlo a obrar sumido en cada una de ellas. Quebrará su voluntad y lo reducirá a pedazos cada vez más y más insignificantes hasta convertirlo en mísero polvo llevado por el viento.

Gruñe con rabia, afilando la mirada. — ¡Ven aquí! — exclama con el tono enronquecido en cuanto esquiva la cuchillada de un par de pasos hacia atrás, moviéndose gracias a los reflejos naturales pero sin usar todavía los dones sobrenaturales que le fueron otorgados cual gracia de Dios. — Hoy conocerás lo que es el miedo. — ronronea suave, dulce incluso, semioculto por la oscuridad y la flora entrometiéndose entre ellos como odiosos mosquitos porque los árboles proporcionan cubierta y las hojas una distracción efectiva. — La derrota. — saborea la palabra cual manjar de dioses, retrocediendo sólo lo mínimo e indispensable al observarle agazapado como un depredador al acecho, a punto de saltar sobre la yugular de su presa.

¡Corre, corre, que el lobo ya está aquí!
Corre, Caperucita, porque entre sus fauces encontrarás el fin.
¡Corre, rápido, los monstruos en la noche se van a montar su festín!

El rubio afila el rojizo mirar antes de abalanzarse de nueva cuenta sobre él, como una sombra en la noche, como un borrón apenas vislumbrado por el rabillo del ojo. Su velocidad es inhumana y sus ansias brutales. Es visceral en su agarre, en su acción, en su destreza. Puede que el Halcón tenga su experiencia, tenga las armas suficientes como para hacer sangrar al sobrenatural frente a él pero oh, oh, ese maldito demonio nacido de la sangre y la decadencia posee mucho más de lo aparentado a simple golpe de vista. Y para cuando las uñas se convierten en garras tan afiladas como el diamante dispuestas a traspasar cuero, músculo y pilar la luna cambia en su posición, el viento se agita, las ramas golpean y los lobos aúllan en la lejanía al mismo tiempo en que Tsubasa descarga un golpe directo a su pecho con la única intención de traspasarlo hasta llegar al latiente corazón bombeando la sangre brutalmente. Entonces el aroma de su natural esencia anega sus fosas nasales y es adictivo, es violento, es inmoral, es corrosivo como el ácido y lo disfruta porque nada más aprendió en esta nueva no vida que todo aquello tan poderoso como el veneno sabe mil veces mejor. Sea humano o no, sea vampiro o no, sea un hombre lobo o no. Lobos, lobos. Bestias descerebras asemejadas al hombre. El hombre asemejándose a la bestia.

Este en particular podría tener un poco de ambas sino fuere porque esta cien por ciento seguro de su muy ordinaria naturaleza.

Relame sus labios, clava las pupilas enajenadas sobre esa firme silueta recortada por la mortecina luz de Diana. — Voy a destrozarte entero. — siseo con la firmeza de quién sabe sus palabras tienen más de verdad que mentira. Tsubasa es consciente de estar atrapado en esa insana locura impidiéndole ver nada más a los costados, tras él o incluso al frente pues se mueve sin ver, se desliza por los sentidos y el instinto golpeándole en las sienes. Porque tiene hambre, porque quiere sangre, porque desea bañarse en sus entrañas y beber directamente de ese corazón impertinente sonando cual tambor de guerra en plena batalla con el fin único de aterrorizar a los enemigos. ¡Oh, descaro! Tsubasa no se siente atemorizado en lo absoluto pues más bien es ese el sentido atrayendo su desespero.

Mírame a los ojos cazador, y la muerte en ellos te saludará.
Mírame a los ojos cazador, y comprenderás que tu alma perdida está.
Mírame a los ojos cazador, porque seré lo último que verás.
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Mensaje por Hawk Cobra Jue Ago 18, 2016 3:34 am

Se siente como la Cobra esta vez, esperando atento al movimiento de la mano que intentará tocarle la cabeza por sobre la ancha corona que le rodea. Se siente ponzoñoso pero jamás ha mordido a alguien como ese animal inmundo que ahora habla como si las palabras fueran a servir como armas. Desperdicio de aire y tiempo. Hablar es para los que no tienen la fuerza de su parte, para cobardes que se vanaglorian de triunfos que necesitan reconocidos para sentirse alguien o para los que intentan huir de la confrontación endulzando las acciones con vacías explicaciones y argumentos. La naturaleza no habla. Actúa. En eso entiende a los que caza, porque es una de las características de las bestias que los humanos debieran adoptar. Guardar silencio y ocupar todas esas energías en ser más fuerte, en merecer comer y no ser comido.

Las amenazas se le antojaban vacías. Si quería destrozarle que lo hiciera y ya, a ver si podía en realidad tocarle un pelo. Y si lo hacía… ¡mejor! Así la cacería tendría emoción y no sería una victoria fácil para Hawk. No despegaba la gélida mirada del hombre moreno que tenía en frente e incluso se dio el tiempo de pensar por qué el color de su piel no era el blanco muerto que supuestamente tenían los vampiros en las películas. Se relamió y escupió a un lado, agazapado, las piernas en fuerte posición de ataque y los brazos en alto con el cuchillo poco menos que fundido en su palma. Sentía con nitidez la forma que tan bien conocía, el peso entumeciéndole los dedos sumado al frío del ambiente. Olvida su arco porque quiere una batalla cuerpo a cuerpo y con el pie le da un golpecito para alejarlo a ver si con eso más le provoca. Ven, ven a mí y muere… piensa concentrado en la presa.

Entonces los filosos ojos carmín se adhieren a los suyos con saña y puede sentir que le apuñala a través de los irises celestes y más allá, tanto que podría jurar que los árboles se agitan inquietos y el fuego crepita en sus pupilas. Pero él no se inmuta, él no siente nada, mucho menos miedo. De pronto la figura se desvanece como si a la velocidad de la luz viajara y por mucho que quisiera sólo alcanza a moverse a un lado salvando su corazón pero no su hombro. Las garras se le incrustan como garfios hasta el hueso y sisea de dolor pero no arredra la convicción en sus venas. Aprovecha la cercanía para alzar el cuchillo y lanzarlo directamente hacia el costado descubierto de su compañero de baile de esa noche, por debajo de la axila, sonriendo apenas por la promesa de sangre derramándose junto con la que corre ahora del alto de su tintada articulación.

Se mantiene firme en su silencio, firme en su meta de cazarle a él y al ciervo que es su presa primaria. Aún tiene tiempo antes de que el animal se acerque a donde ellos se encuentran y pretende acabar con el enloquecido monstruo antes de que eso suceda.

Le tiene a centímetros y le sostiene la mirada, azotándolo con su nula capacidad de asombro, con su curtida existencia, con la tinta que pronto tendrá una nueva extensión cuando por fin acabe con él y le pueda llamar trofeo.

Te estoy mirando y ya ves que la muerte te saluda y tiene mi nombre
Te estoy mirando y ya ves que no tengo alma
Mírame tú, que esos lindos ojos me verán por siempre, colgado de mi pared.
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Mensaje por Hayate Tsubasa Lun Ago 22, 2016 2:45 pm

Tsubasa se relame los labios porque la noche es joven y con ella salen las bestias a cazar todo aquello vetado para cuando el sol se apodera del firmamento, enjaulando con su intensa luz a los que no son capaces de dominar sus más salvajes instintos; reteniéndolos, sometiéndolos. Pero llega un segundo, un efímero instante, en dónde poder es querer. Y se desvanece, entre el horizonte y la tierra. Un cruce de caminos. Las criaturas diurnas escapan a su protectora deidad con la única así como ridícula intención de experimentar las violentas emociones sentidas tan sólo entre la oscuridad agazapada tras la puerta del armario cual terror nocturno. Pesadillas, pesadillas. Tsubasa solía tenerlas cuando era más joven, taladrándole el cerebro y desgarrándole en el pecho. Justo ahí. Justo al centro. Nacían del terror suscitado por el hombre tres puertas más allá y cobraban mayor fuerza a medida que su mejilla se apoyaba temblorosa sobre la almohada, luces apagadas y su hermano presionando contra su espalda. Se enredaban como si de esa forma los sueños se apagaran, las respiraciones agitadas, pues ambos padecían de los mismos pavores arrastrándose sinuosos hasta inyectarse entre las venas. Agitando el corazón. Constriñendo los pulmones.

Y el vástago se adentra en las pupilas azules frente a sí. Son tan firmes. Son tan determinadas. Quiere destrozarlas, quiere tomar entre las garras esos globos oculares y exprimirlos en medio de sus dedos hasta que no quede absolutamente nada. Quiere ver como se retuerce presa de la derrota y la agonía más despiadada. Porque el viento silba y se mece con toda la furia capaz de ser arrojada; danzando los cabellos platinados contra su cara. Tsubasa sonríe, en medio de la sangre y los músculos despedazados, de esos ojos inexpresivos junto a la esencia terrosa excavando a través de la piel hasta dar con la superficie. — Tu corazón, será mío. — ronronea en un siseo bajo, el cuchillo de su enemigo incrustado con tanta fuerza en su costado que parece desea partirlo por la mitad. Por más retorcido que suene, a Tsubasa le gusta. Sentir el dolor vibrando por las terminaciones nerviosas hasta explotar en la parte posterior de su cabeza. El vino oscurecido por la luz de la luna y las sombras de la noche derramándose fuera de la costosa botella. Ropas empapadas, tiñendo esa tierra plagada de bestias.

No, cazador, no.
Tan equivocado estás, que ante tu orgullo sucumbirás.
Estos bonitos ojos, en tu alma se adentrarán.

Tsubasa quiere seguir jugando con él, con ese hombre estancado en el tiempo. Un enigma a sus sentidos porque no es capaz de olisquear ni miedo, ni sorpresa, ni tan sólo míseros segundos de duda filtrándose a través del mago estilizado siendo sujetado por dedos determinados.

Aprieta los dientes hasta notarse crujir la mandíbula porque aun cuando ese cuchillo no ha penetrado hasta despedazarle pieza por pieza es capaz de notarle jugueteando con las costillas quebradas y uno de sus pulmones perforados. Por suerte para él todos aquellos órganos en su interior resultan inútiles puesto no los necesita en la realidad. Un día no muy lejano Tsubasa escarbará entre vísceras y pilares con el fin de vaciarse y descubrir de este modo para qué permanecen en su interior tales molestias. — Eso es. — susurra, la sangre manchando los ya de por sí rojizos labios, párpados entrecerrados y la oscuridad ocultando a ratos el rostro aniñado. — Dame más. — acaba, relamiéndose los prominentes colmillos antes empujar sus garras un poco más adentro como si buscara pulverizar los huesos arañados. Quiere atravesar con su mano ese recio hombro, quiere arrancarle los brazos, quiere rasgar su garganta de lado a lado mientras ese exótico efluvio estalla cual bomba especiada a medida que la sangre se derrama. Es poderoso, es como el fuego. Es metal forjado entre las montañas y el humo de colosales fraguas. — Dame todo lo que tienes, cazador. Rómpeme pieza por pieza. — murmura extasiado, acercándose hasta entrelazar sus respiraciones agitadas un segundo antes de desaparecer entre los árboles como si fuera un maldito fantasma.

A Tsubasa siempre le ha gustado jugar con la comida, saborear cada bocado. Ver el terror, presenciar el pánico, caminar a ciegas y en medio de los olores intensos como inciensos.

El rubio no se molesta en verificar el corte en su costillar, justo debajo de la axila. Ese flanco vulnerable siendo violentado por el arma experta del hombre tatuado. ¿Para qué, de todas maneras? El vampiro es capaz de sentir como la regeneración natural en su anatomía comienza a funcionar con una lentitud desafiante puesto hace demasiado tiempo no sangra, no lucha, no sufre por una presa. Los años de experiencia pesan como piedras sobre los hombros. Las obsesiones terminas esfumándose como el humo es arrastrado por el viento hasta los confines de la tierra. — Pero has llegado tú. — se pasea entre los árboles como si el animales frente a sus afiladas pupilas no representase peligro alguno para él. Le rodea, le observa. Analiza su respiración y los patrones en sus músculos manchados por la tinta. El rojo brilla con fuerza en las sombras, revela la posición del enemigo única y en exclusiva porque éste desea ser encontrado. Tsubasa necesita con visceral desesperación arrancarle la garganta y abrirle con las garras hasta hundir los puños entre sus costillas, revelando al fin el tesoro latiendo cual rugiente tambor. Y no tarda en ejecutar sus deseos, no tarda en abalanzarse sobre él de nuevo con las garras negras manchadas de rojo y los colmillos rozándole el inferior. El destino de los golpes son el estómago. Desgarrar o encajar, arrancar o romper. No le importa demasiado mientras la luna le ilumina el camino y el viento silba a través de las ramas, golpeándose las hojas unas contra las otras.
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Mensaje por Hawk Cobra Mar Sep 06, 2016 9:00 pm

La noche carece de significado para el Halcón. Luz, oscuridad, todo es igual para él porque cumplen simplemente funciones distintas. Nada de romanticismos asociados ni terrores (de ningún tipo, mucho menos nocturnos). Absurdo es suponer que la venida del sol y su marcha hacen más que controlar los ciclos naturales de las bestias que caza. No comprende a los que sólo muestran el rostro de noche, cobardes todos por querer encajar. Puritanos durante las horas de luz y putos cuando no pueden verse las caras. Él está tan tintado que no tiene oportunidad de esconderse. Por eso los dibujos cubren manos, cuello y rostro, porque es un anuncio ambulante de que sí, es peligroso y no, no va a esconderse entre las sombras a cazar, lo hará a plena luz y te mirará a los ojos mientras te arrebata la vida. Porque todos son animales, y si un humano es débil, otro más fuerte (él) se los puede comer. La ley es esa. No hay otra.

El cuchillo traspasa huesos y la sangre se derrama sobre su mano densa y viscosa, tan oscura que parece petróleo deslizándose por los dedos hasta más allá de la muñeca y luego en espesos goterones rocía el suelo, absorbiéndose parte en la tierra bajo sus pies. El aroma es levemente acre, incluso algo rancio. Lo conoce, ha tratado con él toda su vida, pero fascinante le parece que venga de un cuerpo que en ese momento le está atacando. Es el perfume de la muerte que desprende cada poro del vicioso que le tiene la garra incrustada en el hombro. Por un momento lo olvida porque la esencia que inunda sus fosas le aprieta el estómago en una necesidad fugaz, una que logra hacer brillar sus ojos una fracción de segundo tan veloz que podía ser perfectamente el reflejo del fuego que aún crepita a sólo unos pasos de ellos. El dolor que siente lo único que consigue es excitarle. Está peleando con una presa que se defiende. Qué va… esta presa ataca y pretende que será la que salga victoriosa. – No tengo uno.- Sonríe por dentro, pero parece simplemente que los celestes ojos se alargan un poco. Desestima por completo las amenazas una vez más, incrustando y removiendo el cuchillo dentro del tórax que no se agita porque no respira.

Se pregunta entonces si podrá embalsamarlo y que permanezca vivo. Si podrá quitarle cada pieza como él mismo pide y seguir pestañeando. Una taxidermia de ese fascinante espécimen se le cruza en la cabeza. Desollarlo por completo mientras sigue consciente. ¿Aparecería otra capa de piel? ¿Podría sacar más de una copia? ¿Y si lo rellena con sal? ¿Si lo vacía por completo y cada órgano lo usa como un mapa anatómico de un sujeto con vida? ¿No debería ser al revés? Órganos funcionales y cuerpo muerto. Ah, tantas posibilidades. Cada vez le está pareciendo más atractiva la opción de cazarlo. Ya no quiere cortar sólo esa linda cabecita, sería un desperdicio. Ahora quiere cada parte, desde el cabello hasta esa locura que se le escapa en cada palabra. El dolor le vuelve a llamar, la zarpa está atravesando más de su articulación. Sisea, aprieta la mandíbula, el brazo cae a su lado, inutilizado. La determinación se le agolpa en el rostro y se convierte en una promesa de que el único que morderá no será el vampiro. Las arrugas en el entrecejo así lo dicen. Puede sentir el frío aliento cuando se acerca, pero es demasiado rápido y al arrancar el cuchillo se queda atrapado en su costado, los dientes serrados atascados en las costillas rotas. Se le resbala de los dedos por culpa de la sangre y lo pierde. Gruñe por lo bajo, como si no fuera él quién emite el sonido.

No le ve, aunque por alguna razón la noche ya no es tan oscura como era. Le escucha y le huele y sigue sin saber por qué. Una extraña hambre le azota el vientre y otras cosas que van más abajo del estómago. Le hormiguea el cuerpo y está deseando que vuelva a atacarle. ¿Le está gustando el juego? ¿En qué momento había pasado a ser más que una cacería? Mueve los dormidos dedos de su brazo izquierdo aunque más que eso no puede hacer. Está bien, ahora cuenta sólo con la diestra. Observa atento a su alrededor, sonríe y de pronto le ve aparecer enajenado en frente, lanzándole golpes. Es demasiado rápido y conecta la primera zarpa en el abdomen de hierro haciéndole tambalear. La segunda se le entierra y le desestabiliza por completo haciéndole caer. Se azota la espalda y el aire le deja, pero la voluntad es férrea y con las piernas trata de capturar al animal para llevarle al suelo con él, extendiendo a la vez su brazo sano para agarrar lo que hace unos segundos vio por el rabillo del ojo. En el estado en que se encuentra no puede lanzar flechas con su arco, pero perfectamente puede clavárselas con las manos desnudas. Uno de los delgados pero firmes proyectiles con punta de acero viene directo a clavarse en la garganta, sien o lo alto de la nuca del vampiro, lo que sea que alcance con el desalmado movimiento. Si alguien viera el enfrentamiento desde fuera, asumiría que Hawk está en clara desventaja, y quizás lo está, pero en su mente sólo hay una meta y no hay nada ni nadie que le haya hecho desistir alguna vez. Con eso ya tiene ganada la batalla. No importa nada. Y si muere esa noche en el bosque, está seguro de que no será el único. Se llevará esos infernales ojos al inframundo con él.
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