Chamogela || Privado || HanBin

—¡Mamá! —grité casi llegando a la puerta de la casa, sin recibir respuesta.

—¡Mamá!
—¡¿Qué?!
—¡Voy a salir!
—¡Está bien...! Espera... ¡¿QUÉ?! ¡NO, ICELUS, ES PLENO VIERNES! ¡Recuerda que la gente sale del... —el sonido de la puerta advirtió, finalmente, que ya me había largado. —trabajo... —murmuró mi madre con un notorio dejo de preocupación.

Pero ya no había nada más que hacerle. Era un hermoso Viernes, y me carcomían las ganas de poder tomar un poco de aire. En los alrededores de donde estaba viviendo no solía verse gente, de vez en cuando escuchaba el sonido de los automóviles, pero nada que pudiese alertarme lo suficiente. Mi madre tenía razón de alterarse, era término de la semana laboral y la gente aprovechaba de viajar y de regresar a sus casas de campo, y yo, pues, yo me había llenado de un incomprensible valor para salir en aquel día tan ajetreado de la semana. Sólo caminar por ahí, tomar un poco de aire me haría muy bien. Había tenido la cabeza en pesadillas durante toda la noche, pero, ¿por qué tenía que tener sólo malos ensueños? ¿por qué no podía tener una realidad de ensueño? Era injusto el no poder soñar cosas lindas siquiera despierto.

Tenía un peso bastante peculiar apretándome el pecho sin consideración, llegaba a hacerse tedioso e indeseado.  Tan sumido estaba en aquel trance de peleas y discrepancias internas que no atiné a fijarme que había llegado hasta el camino donde transcurrían los automóviles y peatones que iban alejándose de la ciudad. Grande fue mi sorpresa cuando pude ver una camioneta acercarse a gran velocidad y fue cuando me inundó el miedo y la desesperación.

—Mierda... —resongué en un murmullo.

El corazón arrancó casi a la misma velocidad que el vehículo y mis piernas reaccionaron a alejarme lo más rápido posible de allí, de la posible vista del chofer. ¿Qué ocurriría si veía mi Fantasma? De seguro se detendría y me mataría, o llamaría a la policía. No podía arriesgarme, y comenzaba a arrepentirme de haber decidido salir.
De lo rápido que corrí jamás puse real atención hacia dónde estaba arrancando, mis pies torpes y temblorosos fueron a tropezar con alguna piedra y caí de lleno al suelo, deteniendo de golpe mi fuga.

Sentí una pequeña risa ajena resonar cerca, causante directa de que levantara mi mirada y la dirigiera hacia el autor. Mis ojos se abrieron de par en par y tragué saliva con dificultad. Mi cuerpo se heló de punta a punta y con algo de lentitud me comencé a poner de pie, sin quitar mis ojos de aquellos, los tuyos.
Eras un chico, aparentemente común y corriente, como de esos que sólo había alcanzado a ver por televisión, sentado tranquilamente en una banca, con libro en mano y una sonrisa en tus labios.

«Carajo, Icelus, háblale... ¡Háblale!»

No pude pronunciar palabra alguna al percatarme que mi Fantasma estaba parado justo detrás de ti sin transmitirme ninguna oración de advertencia o cuidado, señal suficiente para no salir corriendo de nuevo, pero no suficiente como para salir del completo enmudecimiento que me corroía.

No sabe cuantas horas lleva en esa posición o con la vista enfocada en su lectura. Solo es consciente del dolor que poco a poco comienza a acarrear su espalda y sobre todo su nuca, así como su cansada vista, que se vuelve incómoda incluso de solo parpadear.

Se remueve en su lugar, se siente viejo por los movimientos que comienza a hacer una vez deja el libro a un lado. Mismos que ha visto antes no solo en películas, si no a aquellos ancianos que a diario ve en los parques mientras tienen en mano el periódico del día. Y aunque a veces se ría por no poder creerse a si mismo imitando ese accionar, debe admitirlo, funciona muy bien a su cansado organismo.

Estira sus piernas hacia delante, ocupando parte del camino que junto a la banca se encuentra y parte de su espalda contra el respaldar. Algo tan pequeño como eso le trae placer. Quizás todo él encuentra placer en lo insignificante.

Y es justo del otro lado del solado donde un sonido en seco sumado a una agitada respiración captan su atención, haciendo que una risa brote de sus labios al ver a aquel niño, despeinado, con las mejillas algo rojas debido a la agitación que no sabe de donde proviene.

Acomoda el señalador en la hoja en la cual quedó luego de hacer contacto visual con el individuo, nota el rostro algo aniñado que posee y la forma en que sus cabellos, ahora desordenados caen por su rostro y se levanta, soltando un poco de aire en lo que toma envión para dejar que sus pies lo acerquen hasta el otro.

Sabe que reírse de eso ha estado mal, por lo que si recibe un golpe de parte del contrario pues lo tendría algo merecido. Sin embargo allí se encuentra, a los pies de aquel que la hierba yace y con la mano estirada, esperando a ayudarlo un poco para redimirse el mismo, aunque quizás y primero debió preguntar si se encontraba bien. —Tienes un poco de tierra en el rostro. -Apunta, dejando al descubierto lo malo que es interactuando con "sus pares", ojalá las personas fueran libros.