[Privado/Thomas] Bright lights, bigger city

Cuando el lobo despertó, se sentía algo mareado, llevaba día sen el barco de carga, alimentándose de las ratas y tomando el agua de lluvia que goteaba por las grietas de la estructura, no sabía cuanto tiempo había estado viajando, pero seguramente, se encontraba lejos, muy, muy lejos de casa. Era necesario a fin de cuentas, Marina se lo había explicado, si volvía... la gente iría tras él. El lobo no lo comprendía, se sentía incómodo en su cuerpo de humano, pero al menos así si lo descubrían, no lo lastimarían, o eso era lo que pensaba... No soportaba ni su propio olor en esos instantes.

- Quizá... si me duermo, tal vez... así no sienta nada... y lo pueda olvidar todo - se decía el hombre lobo esperando acunarse a sí mismo.

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¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto? Ya no lo sabía, cuando se dio cuenta, los primeros rayos de sol en muchos días habían acariciado su rostro, lastimando sus ojos que se quedaron ciegos por varios segundos. Las voces humanas se escuchaban en todas direcciones. Comenzaban a mover las cajas, se daba cuenta, podía escuchar perfectamente los pasos y el movimiento. El barco había dejado de moverse y era momento de escapar, ya no soportaba más estar encerrado... y así lo hizo, corrió hacia la apertura, y sin si quiera preocuparse por el dolor, su cuepro se transformó en la marcha, acabando por ser nuevamente un lobo, lo que él entendía como su verdadero yo, así, frente a los sorprendidos ojos de los cargadores, el enorme animal de pelaje gris salió disparado hacia donde desconocía. Una enorme ciudad con mucho ruido, exceso de olores, demasiadas luces, muchísimas personas, animales, colores, sabores... ¡Era demasiado!

Ragha corrió entre aullidos y gruñidos, enormes estructuras metálicas sobre ruedas estuvieron a punto de matarlo en varias ocasiones, había chocado con un sin fin de anuncios y letreros, así como personas y otros animales que se atravesaban en su camino. Bajó corriendo unas escaleras que lo llevaron a una especie de cueva subterránea, ahí había más personas, y corría un ruidoso gusano gigante de metal por sobre un pasillo grande y oscuro... ¡¿Dónde demonios estaba?! Aulló con fuerza y se fue hasta lla esquina más escondida que pudo encontrar, saltando unos botes de basura y curvándose ahí, dejando un tumulto de personas espantadas a su paso. ¿Qué debía hacer? ¿A dónde debía de ir? ¿Dónde estaba?

¡Libertad! ¡Oh preciada libertad! Al fin era su día libre en el trabajo, y aunque ahora fueran más seguidos por su cargo como jefe de turno en la cafetería, tenía mucho más trabajo que antes, papeleo, pedidos, inventarios, facturas, etc. Era demasiado para un adolescente de tan solo 19 años, la mayoría de sus homólogos en edad se la pasaban festejando, saliendo con amigos, disfrutando de la vida y estudiando, pero él no podía darse esos lujos tan seguidos, sobre todo el de estudiar. Luego de haber quedado en coma por dos años, la factura del hospital era altísima y debía de pagar una absurda cantidad de dinero cada mes para poder saldar su millonaria deuda.

Salió temprano en la mañana a hacer un depósito al banco, aquello sin duda lo aburría demasiado, sobre todo hacer una gran fila para poder pagar. Lo hubiera hecho desde su computadora, pero no había podido pagar a la compañía de la internet, así que le habían cortado el servicio hasta que pagara. Eso lo tenía más que molesto y realmente detestaba los bancos, porque habían demasiadas personas en ellos y poco a poco comenzaba a desesperarse, tanto así, que se salió de la fila tres veces hasta que finalmente las personas en el lugar no eran muchas. Salió del lugar quitándose un gran peso de encima, al menos por este mes y eso lo tenía mucho más tranquilo, aunque aún debía pagar la internet y la reposición del servicio… Aunque podía vivir sin ella, pues sólo llegaba a comer y dormir en su departamento.

Caminó por las calles de la ciudad y entró a la estación del metro más cercana, bajando tranquilamente las escaleras. Tenía enoclofobia y sabía mejor que nadie que esos lugares estaban llenos de personas, que parecían sardinas enlatadas dentro de los vagones, pero no era tonto. Ya había pasado la hora pico y el metro ya estaba más vacío y no habían muchas personas. De pronto escuchó unos gritos y ¿aullidos?, los cuales provenían detrás de él, desde la entrada y vio como rápidamente pasó a su lado lo que parecía ser un gran perro de color gris, el cual claramente estaba asustado. Thomas, como gran amante de los animales, se sorprendió y siguiendo su espíritu de superhéroe, caminó hasta el escondite improvisado del animal. Todas las personas se habían apartado, aunque no eran muchas, así que eso dejaba en la escena sólo al canino y a él. Se agachó para quedar a su altura y le mostró las palmas de sus manos cerca del piso, para que viera que no tenía nada. Eso siempre servía con los perros asustados y esperaba que diera resultado ahora. –Tranquilo pequeño, sé que debes estar asustado, sobre todo en un lugar como este que debe ser muy raro… Yo soy tu amigo, no te haré daño, sólo quiero que no salgas lastimado, pronto vendrán los guardias a echarte de aquí.- Le habló como si se tratara de un humano, pues él trabaja así a los animales, incluso mucho mejor que a los de su propia especie, pues ellos eran más indefensos en este mundo moderno.

¿Qué estaba pasando? ¿En donde estaba? El hambre hacía su estómago rugir dolorosamente, la sed provocaba que su lengua se mantuviese afuera mientras trataba de recuperar el aliento. Había muchos humanos ahí, demasiados aromas y estímulos estaban entorpeciendo sus agudos sentidos. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Miraba en todas direcciones, se mantenía pegado a una esquina, con la cola entre las patas, las orejas abajo. Entonces, una figura se acercó a él, lo observó de forma fija, sus pupilas se abrían y cerraban, ¿Amigo o enemigo? No estaba seguro, su experiencia con esas criaturas es que eran impredecibles, cuando se acercó, gruñó por puro instinto, asomando los filosos colimllos más grandes que las de cualquier otro perro que hayan visto por las calles de esa ciudad desconocida.

Hubo un momento de silencio, escuchaba los murmullos de la gente, aquellos sonidos hacían sus orejas moverse de un lado a otro sin descanso, tratando de capturar todo, de estar alerta. Lo escuchó entonces y ambas orejas se dirigieron como parábolas hacia el muchacho que se había puesto en una pose menos amenazante para Ragha... Dudo unos instantes, pero dejó de gruñir. Más sin embargo, se mantuvo en su sitio. Acercarse aún no era una opción para él.

Pudo notar como el lobo al menos dejaba de gruñirle, sabiendo que era debido a su pose indefensa. No sabía qué podría estar pasando por la cabeza de aquel animal, salvo que estaría muy asustado y podría sobre reaccionar a cualquier cosa. De pronto una idea cruzó por su cabeza, recordando que llevaba algo consigo, algo que podía ser de mucha utilidad. Lentamente, y sin dejar de mirar al lobo a los ojos, llevó una de sus manos a un bolsillo de su chaqueta, sacando un típico snack estadounidense, Barras de carne. Aquellas barras podrían ser un gran paso en su relación e intento por salvar al animal.

Abrió una de ellas, dejando salir el olor a carne salada, esperando que fuera captado por el agudo olfato del lupino. Extendió una de ellas con su mano, siempre cerca del piso y mirándolo con una dulce y encantadora sonrisa en sus labios. Trataba de transmitirle todo el amor que sentía por los animales, además de la calma en esos momentos, pues él no tenía miedo, sólo quería ayudarlo. Las personas siempre dicen que los animales huelen el miedo y perciben las emociones, así que de ser así, al menos sabría que el lobo se calmaría un poco más y entendería que no quería hacerle daño. -Por favor amiguito, come un poco. Sólo quiero ayudarte. ¿Cuál es tu nombre lobito? ¿Cómo llegaste hasta una ciudad como ésta?- Le habló con un suave tono de voz, esperando que todo aquello lo calmara. Realmente quería ayudarlo.

Las dudas eran una constante en el asustado animal, y realmente, ante ellas, estaba planeando simplemente volver a correr, desaparecer y buscar un sitio más calmado, alejado de todos para poder pensar en cómo debía de proceder. Pero, sus planes se vieron frustrados por un olor que hizo su boca salivar y su estómago rugir, ¿Qué era eso? Olía muy bien, demasiado bien... Ragha se alzó, estirando las patas pero manteniendo la cola entre las traseras, olfateó el ambiente y pudo ver que ese joven sostenía aquello que olía tan delicioso. Tragó saliva... ¿Se lo estaba ofreciendo? No parecía malo, quizá... él no era como esos otros humanos que se había encontrado, tal vez él era como Marina, Marina era buena, siempre lo fue.

Lentos pasos fueron guiando al animal fuera de su escondite, sus enormes patas eran llamativas, y estaba encorvado, ligeramente agazapado, esta postura evitaba que su tamaño real fuese visible, fácilmente llegaba a la cintrua de varias personas estando de pie en sus cuatro patas.

Se detuvo apenas a un metro del muchacho, con la vista fija en aquella comida y luego, comenzó a alternar, entre aquella y el joven, esperando que comprendiera que la quería.