Priv. Ragha | I can't breathe.

Sus pisadas se escuchaban con fuerza en el oscuro paisaje que cobijaba la cacería en la que se encontraba, sus garras se hundían en aquel suelo sagrado de color blanco, puro y bendecido por Gaia, siendo este manchado sólo por el líquido que brotaba de su pelaje y su boca. La nieve absorbía la vitalidad con furia y amor, tal fuerte como las pisadas que daba en carrera por salvar su vida. Su olfato no le fallaba, eran tres cazadores bien armados con armas que disparaban balas de plata, por ello su regeneración no había surtido efecto. Sus patas apenas ya y podían mantener el ritmo, pero estaba lo suficientemente lejos como para que los infames depredadores no se atrevieran a disparar entre los árboles. Su pelaje gris oscuro se agitaba entre el viento que lo acariciaba y la respiración pesada de la hija de Gaia, sus ojos habían comenzado a ceder a la pérdida de sangre, pero no caería ahí, no ahora que había logrado dejarlos atrás. Al menos lo suficiente como para darle esperanzas de vivir.

Agradecía que el astro rey ya no se encontrara en el firmamento, pues así la nieve no le resultaba tan brillante y las sombras comenzaban a ser buenas compañeras en el viaje a un lugar seguro. Su pata trasera dolía como los mil demonios, aquella bala había quedado incrustada en la derecha, razón por la que no era tan rápida como siempre lo había sido. Era irónico, pues la mejor cazadora de la manada ahora se encontraba siendo cazada, se sentía como un alce y aquel pensamiento no le ayudaba. Sus orbes dorados y brillantes se encontraban atentos a todo movimiento, siempre alerta, pero sus sentidos se veían aminorados por el estado de su cuerpo. El aire ya no llegaba a sus pulmones, sus patas flaqueaban y sus ojos se cerraban. Las múltiples heridas comenzaban a tener efecto y comprendió que era lo que los cazadores esperaban, pero no les daría el gusto. Un sonido para mantenerse despierta, un gruñido nacido de lo más profundo de su coraje, única fuente de energía que le quedaba. La guerrera no iba a caer, no iba a ser vencida, ningún cazador de la Flor de Lis pondría sus manos en aquel cuerpo bendecido por la madre tierra.

¡Bang!

Abrió su hocico dejando salir un quejido lleno de dolor, aquella bala había alcanzado su pata trasera derecha y con ello cayó deslizándose por la pureza de la nieve que la abrazó con cariño, uno de los cazadores la había alcanzado y se encontraba a unos metros, bañado en sudor, apuntando su arma contra la enorme loba que él consideraba un monstruo.- Agradece que las órdenes son atraparte viva. -Murmuró el joven que amenazaba con su vida, debía llevarla al asentamiento de la asociación y, quizás, sufriría un destino peor que la muerte. Lo había escuchado de otras manadas, sabía lo que le harían y no estaba dispuesta a ello, no profanarían su cuerpo con experimentos extraños. Mika, ¿dónde estaría en ese momento? ¿Estaría a salvo, tibio en el regazo de madre?