Un poco más de mí. [Cerrado]

-“Padre ha muerto, necesito estar solo. Gracias por entenderlo, hermano”. – Fue lo último que Aleksandr dijo antes de mancharse del lugar que había sido su hogar por mucho tiempo, desde que podía recordar. Si, era la mascota de la familia, pero nunca se sintió como eso, siempre lo hicieron sentir como de la familia. Los amaba demasiado, eran su manada, los protegía y cuidaba con su vida. Eso no fue suficiente, aquel que había sido su padre había muerto y no podía evitar sentir culpa. Si tan solo hubiese ido con él, si hubiese salido a buscarlo más temprano, si aquel día le hubiese dicho cuánto lo amaba. Quizás si hubiese todo eso se sentiría mejor, pero no. Muy al contrario, lleno de malos sentimientos tomó sus cosas y fue a la cabaña más lejana que pudiese encontrar en los Alpes italianos.

Estuvo alejado poco más de un año, lejos de la tecnología y de los humanos. Los primeros días fueron muy difíciles. Aleksandr pasó de ser una mascota a la cual alimentaban, bañaban y mimaban a ser un príncipe al cual alimentaban, bañaban y mimaban, nunca había echo algo por sí mismo en su vida.

Los primeros días que bebió de un arroyo, tuvo dolor de estómago por cuatro días, aún su cuerpo tenía que adaptarse a ciertos microorganismos. Cuando se le acabó la comida que había llevado, tuvo que salir a buscarla. Siempre le gustaron las plantas, así que no hubo problema en recolectar, eso inició cuando comenzó a cansarse de comer bayas y frutos pequeños, no podía evitar salivar cuando veía de casualidad una liebre o cualquier pequeño animal. Un día como de costumbre salió a buscar comida, era época de lluvia, al volver a su hogar, no había nada. El río se desbordó y la cabaña lujosa de los Bozkurt desapareció. Al parecer Gaia estaba haciendo todo lo posible para transformar a su pequeña oveja perdida en lo que en realidad era.

Cuando sus ropas estuvieron suficientemente sucias y rasgadas, dejó de usarlas definitivamente, era un alivio para él, le agradaba aquella sensación de la tierra añeja acumulada por siglos debajo de sus pies. Por primera vez en su vida se sentía libre, no tenía que ocultarse porque no había de quién hacerlo ni fingir algo que algo le gustaba cuando no era así porque no conocía nada de lo que estaba rodeado. Era extraño estar en un lugar tan ajeno a él, pero que se sienta tan perteneciente al mismo. – “Si no puedes contra él, se parte de él”. – Se dijo así mismo, tenía consciencia plena de lo que era, pero ahora tenía que aprender a ser uno de ellos, paso a paso, lentamente y muy seguro. Decidió entonces que era momento explorarse. Sabía que era poseedor de una fuerza sobrenatural, pudo levantar solo un tronco gigante de pino, era un hecho que podía y que debía tener más habilidades. Bueno al menos tenía tiempo para averiguarlo, todo el tiempo del mundo.

Al alba Aleksandr estaba sentado en una roca gigante, había practicado yoga por más de una hora y estaba muy relajo. Por fortuna o coincidencia encontró una prenda en la costa. La tomó entre sus manos para romperla en largos trozos. Por un segundo dudó de lo que iba a hacer, tras un largo respiro, recobró el valor para vendarse los ojos a voluntad. Había escuchado mitos sobre aquellos que son como él, ¿cómo era posible qué él no los tuviera? Tenía que intentarlo al menos. Los primero días fueron los más difíciles de su vida, acostumbrarse a tal cambio, estaba privándose del sentido más confiable que tenía.

Todo tomó el rumbo que debería tras las dificultades. Tuvo que confiar en los otros sentidos. Definitivamente usar su olfato para sobrevivir y no para catar vino era un cambio radical. Se confundió varias veces de frutas teniendo como resultado varios vómitos y quizás un poco de alucinaciones. Los hongos son difíciles de diferenciar, ¿saben? Otro gran problema fue tratar de regular su oído, era como si tuviera amplificadores a los lados de la cabeza. ¿Cómo era posible que todo sonara tan cerca y tan fuerte? Tuvo dolores de cabeza muy fuerte y muchas veces las ganas de quitarse las vendas casi lo venció, pero al final tras una lucha interna pudo resistirlo. Fue peor aquella vez cuando se acercó mucho a la carretera, pudo escuchar un tráiler acercarse, sin embargo, no podía saber a cuánta distancia estaba, se lanzó a un lado de la autopista y tras 10 minutos, al fin el vehículo pasó frente a él. Así fue descubriendo y adaptándose a sus nuevas habilidades.

Numerosos casos parecidos ocurrieron a lo largo de 8 meses con ese trapo en la cabeza sirvieron para dar más consciencia de lo que era. Aún no sabía cómo controlarlo del todo, pero ya tenía un gran avance.