Abierto. El día del juicio.

Había recién abierto los ojos, el sol de la mañana golpeaba de lleno contra mis piernas y parte de mi abdomen, pero no era aquello lo que logró sacarme del sueño. Había tenido varias pesadillas durante la noche,y la última se me hacía un tanto más amarga que el resto.
Fotones de aquel tormentoso panorama se me cruzaban por la mente. Llanto y mucha impotencia. Fuego y destrucción, pero lo más impactante, que era en Oz.

Mi corazón corría y un humano presentimiento encendió aquella pequeña alarma. Después de todo, era uno de los dos mundos paralelos que más solía visitar. ¿Existirían más seres como yo en aquel lugar?
Casi sin pensarlo llamé  a que mi Fantasma negro viniese al encuentro, necesitaba terminar con aquella duda. Un respiro muy hondo y la mente puesta en el lugar preciso que quería pisar. El intercambio de energía no demoró en realizarse y el portal estelar se abría sin restricciones nuevamente para mí.


El espacio en el que solía llegar en el Mundo de Oz estaba igual de pacífico que siempre, era a las orillas del bosque, entre el río y los árboles. Solté un suspiro de alivio al no percibir señales de tipo catastróficas como en el sueño de la más reciente noche. No fue sino cuando mi Fantasma se apartó de mí en dirección a los adentros del Bosque.

—Hay alguien ahí... —el fantasma no tardó en advertirme de aquello, aturdiéndome con sus palabras.
—¡¿En serio?!
—Sí, entre los árboles —el ente volvió a transmitirme mentalmente.

Quise correr al encuentro de aquel misterio, pero debía ser cuidadoso de no caer en algún tipo de trampa, aunque, sólo tenía dos horas como máximo para resistir estar allí, lo peor que me podía pasar era morir... ¡Ah!, claro, tampoco eso.

Caminé con sigilo entre los árboles hasta que finalmente pude verlo.

Estabas sentado a los pies de un gran árbol, con la cabeza gacha y tu piel un poco sucia, sobretodo tus manos. Supe de inmediato que era la tristeza la culpable de dejar aquellas dos finas líneas sobre tus mejillas como grietas limpias entre los vestigios de la humareda. El corazón se me detuvo por un par de milésimas de segundo, y al instante hizo todo lo contrario; bombeaba tan rápido que pude sentir el recorrido de mi sangre golpear hasta la punta de mis dedos. Eras la primera persona que veía, además de mi Madre, en ocho años, y no sabía muy bien qué hacer.
Pero, recordé de golpe la soledad que me había acompañado todos esos años como consecuencia de que en mí mundo yo fuese diferente; en Oz no tenía por qué ser así.

Ni cuenta me di cuando estuve a tu lado y en un bajo tono de voz quebranté cualquier posible silencio y distancia entre tú y yo.

—El rocío hoy no calló... Creo que se quiso quedar en tus ojos.

Tal vez si se tratara de otra clase de criatura la venganza ya se hubiese presentado como una idea válida en su mente, pero Roman había nacido de la más pura de las curiosidades, del amor de un hombre por la ciencia y por ello el odio y el rencor eran sentimientos que no tenía y que no iba a desarrollar, incluso después del horror que había presenciado. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no notó que alguien se había acercado hasta que escuchó una suave voz, un tono frágil y amable.- Puede ser que el rocío pensara que mis ojos lo necesitaban más. -Llevó su mirada a los ojos de aquel desconocido y de alguna forma su tristeza menguó lo suficiente como para permitirle pensar con claridad, pues aún en medio de todo el odio quedaban aquellos que no discriminaban, que no miraban con altanería o rechazo.

Las blancas hojas de los árboles bailaban con la brisa del viento, en un vaivén casi amoroso, como si no supieran nada de lo que estaba ocurriendo, como si restaran importancia de los terrores que habían fuera de aquel lugar y es que la naturaleza los aceptaba, Steam o no steam la naturaleza los amaba, al menos eso era lo que su creador le había enseñado.

- Mi nombre es Roman y soy un Steam de la ciudad Esmeralda. -Dijo en seguida recordando la ley del mágico mundo de Oz, una ley clara que obligaba a los steam a presentarse por lo que realmente eran ante cualquier ser nuevo que conocieran, pues a pesar de encontrarse en un sector "inclusivo" aún la sociedad los veía de forma extraña- Mucho gusto, no te había visto antes ¿Eres nuevo en la ciudad? -Su tono de voz era amable y sus ojos llenos de una inocencia infantil, llenos de amor y asombro ante la posibilidad de un nuevo e interesante amigo.

Había acertado, la tristeza era la reina de tus sentimientos en aquel momento y ésta danzaba con total atrevimiento al rededor tuyo. No en son de burla, sino en la de vanagloriarse de corromper de aquella forma un corazón como el tuyo.
Mis pequeños ojos almendrados descubrieron de pronto un nuevo color en los tuyos. Un azul agrisado que capturó toda mi atención.

«"Roman, y sus ojos azules agrisados"»

—Hola, Roman, mi nombre es Icelus y vivo en el Mundo —agregué, aún con los ojos puestos en los tuyos y una expresión casi inerte debido al cúmulo de emociones. Me acerqué un poco más y me atreví a tomar asiento justo al frente tuyo, esperando no parecer muy imprudente con aquello.

—¿Eres un ángel? —pregunté.

La curiosidad me carcomía en todos los sentidos posibles y habidos de existir: «¿Qué había sucedido? ¿Qué te tenía así de triste? ¿De quién habías heredado esos ojos? ¿Por qué parecías no querer hacerme daño? ¿Por qué no me tenías miedo? ¿No podías ver mi Fantasma?» Pero, todo quedó rondando por mi mente, el sólo hecho de imaginar el poder espantarte por hablar mucho me causaba un retorcijo en la panza. No lo permitiría.

— No estés así, Roman ¿Puedo ayudarte en algo? Dime, y haré lo que sea.

Acababa de florecer aquel arista innato de mi personalidad: La total disposición y amabilidad para con otros. Aunque en este caso eras la primera persona con la que afloraba en mucho tiempo. Quería, quizá, poder sacarte una sonrisa o hacerte sentir mejor. Iba a esforzarme por quitar la tristeza de aquel pequeño milagro que el mundo de Oz había impuesto en mi camino.

Anonadado tal vez, adormecido por el asombro de conocer a alguien cuyos ojos no reflejaban el odio ante el cual había despertado casi todos los días de su vida y como una bocanada de aire fresco lo observaba con curiosidad, de esa que alimenta el alma y hace crecer los sueños. Las palabras se atoraban en su garganta, mientras más lo miraba más curiosidad sentía y las preguntas se formaban en filas desordenadas ansiosas por que las dejaran salir, como si rogaran ser liberadas de un claustro al que ingresaron si desearlo.

"Icelus" se grabó en su mente como un sinónimo de paz y tranquilidad, de sonidos suaves y gestos cortos. De una voz clara como la luz del sol que se posaba en las blancas hojas de los árboles. La pregunta que Icelus le hizo rápidamente logró que el rostro del steam se suavizara al tiempo que negaba con un débil vaivén de cabeza.- Demonio, aberración... he sido llamado tantas, tantas cosas, pero nunca me habían preguntado su era un ángel. -Sus labios no se arquearon ni por error, pero su alma estaba sonriendo, no era de extrañar que un extranjero de un reino lejano pudiese ver en Roman lo que los seres de su propia tierra no veían.- Soy una copia, me hicieron a partir del material genético de otro humano y gran parte de mi cuerpo es máquina, por eso soy un steam, fui creado del humo, del metal y del ingenio de mi creador -Dijo al tiempo que bajaba lentamente la mirada, aquel rezo era lo que repetía siempre que le pedían que explicara lo que era, estaba preparado para cualquier comentario hiriente, pero en cambio Icelus contrarrestó con la más tierna de las frases, él quería ayudarlo.

Por varios segundos se quedó en silencio, tanto que el sonido del viento comenzó a entonar tristes melodías mientras hacía que el extraño esperara por una respuesta y es que nadie le preguntaba a Roman algo así, después de todo un casi máquina que es creado para ayudar sabe desde el inicio que nadie va a ayudarlo, pero de la nada este viajero de mundo venía para romper con todos los esquemas.- Icelus... -Una voz tímida, temblorosa que a penas y lograba salir de su cuerpo, como si su consciencia intentara retener el tabú de lo que estaba a punto de decir y aunque lo intentó con todas sus fuerzas las palabras terminaron por ser derramadas.- ...¿Podrías darme un abrazo y tal vez contarme una historia sobre tu mundo? Sólo... sólo si quieres, pero no es una obligación, no es como que debas hacerlo. -Dijo al tiempo que alzaba su vista para encontrarse con la vista de aquel viajero.

Algo había en la forma de ser de Roman que a pesar de presentar un aspecto de adulto seguía teniendo el espíritu de un niño, uno que ya no tenía mucho a que aferrarse.