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Ambientación

Innumerables son las historias que conocemos, de seres mágicos, mundos lejanos, incluso dimensiones paralelas. ¿Qué pasaría si te digo que todo lo que has oído es real?. Si, todo es real, y está a solo un paso de distancia.

Hace mucho tiempo la gente que dominaba la magia y hechicería tuvo ambiciones destructivas para con si mismos y el mundo, pensaron que al poseer dicho conocimiento serían seres casi omnipotentes, lo que ellos no conocían era que al abusar de ella, las barreras que mantenían a los mundos separados comenzaron a unirse gracias a la oscuridad que crecía en los reinos por estos abusos.

Hoy en día cualquier raza puede encontrarse en cualquier reino, ya que las brechas espacio tiempo creadas por la oscuridad, las cuales todos conocen como Portales, les permiten viajar entre ellos, aunque todo viaje tiene sus consecuencias...

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Il Capitano. {Imaginario.}

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Il Capitano. {Imaginario.} Empty Il Capitano. {Imaginario.}

Mensaje por Il Capitano Dom Ago 21, 2016 7:32 am

Edad: No tiene. | 20 años físicos.
Ocupación: Alzadora de cachorros.
Nacionalidad: Imaginariense.
Avatar: Aurora Aksnes.
Raza: Imaginario.
Habitante de: Mundo.
Il Capitano.
Dirás mi nombre y sabrás que tu muerte está cerca.

Psicología


Oh, Capi, dulce y adorable Capi. Es reconocida en su mundo por su carácter despreocupado y extrovertido... y por el atemorizante gusto que tiene por despedazar a otros de su misma raza. Otros imaginarios, ¡oh, cómo los ama! Son tan únicos, tan fascinantes pero tan... tan no a la medida de su propia imaginación. ¡No lo puede evitar! Porque también es conocida por  armar sus propios seres con partes de otros; y muchos le temen pero Capi es amable, es divertida, es 'inofensiva'. Es una criatura amistosa y agresiva al mismo tiempo; no reconoce lo que es el espacio personal y no tiene miedo de avanzar sobre cualquier persona. El peligro es un juego para ella. Es molesta, es ruda. Es una luchadora. Una guerrera. Y le gusta reír, le gusta hacer llorar a otras personas. Tiene una gran actitud, siempre dispuesta a nuevas aventuras, a una charla que le descubra mundos, se los enseñe y le despierte el deseo de explorarlos. Es curiosa y observadora. Recelosa a veces, relajada otras tantas. Hiperactiva. E intenta ser tan innovadora como puede y aprecia mucho a otros seres con grandes ideas, grandes pensamientos y fuertes opiniones, no tanto así a aquellos cuyas grandes bocas son más rápidas y más habladoras que sus pequeñas mentes.

Historia


Hace ya muchísimos años, Il Capitano escuchó una voz. Una dulce voz, pequeña y apagada, adorable, débil, llamativa. Y decía su nombre. La llamaba con tal desesperación, con tanta necesidad, que Capi creyó que era un sueño; porque a veces le pasaba, eso de ver y oír cosas que nunca antes había visto ni escuchado. Pero esa voz era nueva. La voz, la calma, la puerta. Una puerta, como la de sus sueños; tan extraña, tan... tan blanca, tan de ese material que sólo había visto en algunos árboles. Madera. Y de repente recordó los rumores.
Se susurraba en los rincones más alejados de Imaginación, que criaturas de todo tipo habían comenzado a escuchar cosas. Voces que decían sus nombres; puertas que aparecían en el medio de la nada. Nadie lo creía. No era posible, ¿o sí? Imaginación era un extraño lugar pero, ¿puertas que no llevaban a ninguna parte? ¿En medio de bosques infinitos, en medio de océanos sin fondo? ¿En la cima de una montaña? ¿En las profundidades de un volcán? No podía ser.

Il Capitano recordó, que por callejuelas de mala fama se iba diciendo que en una noche de luna rosada, alguien en lo más profundo de los pantanos de miel había visto una increíble criatura decir su nombre. La describían como un ser tan pequeño que apenas se veía del suelo; de cabello castaño, ojos almendrados y un extraño color de piel, una extraña textura. Tan suave como la seda más fina, tan delicada como el cristal. Se decía que la pequeña cosa se había llevado al imaginario con ella. ¿A dónde? Nadie lo sabía. ¿Por qué? Nadie tenía la respuesta.
Y así había ocurrido en los más insólitos rincones. Algunos imaginarios no regresaron y otros aparecieron varias lunas después, contando las más increíbles historias que envolvían cosas llamadas "niños" y "padres" y "ciudades", y "humanos, pero lo más increíble de todo fue escuchar de la Luna. Una sola y blanca; Il Capitano había reído ante la ridiculez. No era capaz de imaginarse semejante disparate.

Nada de lo que había escuchado le pareció verdadero... hasta ese preciso momento. Su nombre en un susurro y una puerta abierta. Una puerta abierta en medio de una cacería. En medio de una jauría de bestias y horrores que se despedazaban por igual. Y entonces no importó si del otro lado del umbral había vida, muerte, destrucción o la nada misma, Il Capitano no debía permitir que nada pasara a través de la puerta más que ella misma. Así que no dudó en abalanzarse sobre incontables Horrores, quitándoles las cabezas, las piernas, las alas, los brazos, las colas, cualquier extremidad que les permitiera moverse. Se hizo paso a través de las terroríficas criaturas pero cuando logró llegar a esa entrada de dirección desconocida, se encontró cara a cara con un ser tan simple que le pareció magnífico.

"Il Capitano." Susurró con voz insegura, frágil. Los cielos de la imaginaria se cruzaron con orbes celestes cubiertos de nubes de lluvia y Capi parpadeó, curiosa e impresionada. ¿Qué clase de ser viviente era ese? "Capitano..." Le escuchó susurrar otra vez y luego un grito, un miedo abrumador. Un Horror. Il Capitano empuñó su lanza con seguridad, empujando hacia el interior de la puerta a la criatura de voz suave antes de cerrarla tras ella. La oscuridad se ciñó a su alrededor pero no tenía miedo. No podía ver pero sabía que el Horror estaba ahí, en alguna parte, esperando.
Il Capitano dio uno, dos pasos y entonces la negrura comenzó a dispersarse. Ojos lluviosos la miraban con atención, con miedo y alivio, pero a ella le importaban más los ojos invisibles que penetraban su figura, despedazando su cuerpo de la forma más violenta. Sí, Capi sonrió, esos ojos vacíos eran los que quería... en sus manos, para poder aplastarlos ella misma.

Sin dejarse distraer por la novedad de su nuevo entorno, Il Capitano olfateó al azar a pesar de no tener la capacidad de ubicar horrores mediante el aroma y se movió hacia adelante, mirando. La luz aún era tenue y el silencio casi rotundo, y entonces el Horror se precipitó sobre ella, abriendo sus enormes fauces con la intención de arrancarle la cabeza. Aún recuerda el placer que le provocó incrustar la punta de su lanza en la cavernosa garganta de aquella abominación y la mezcla de asco y regocijo que sintió cuando su sangre negra le cubrió la cara.

Ese día fue especial. Tras masacrar al odioso Horror y lanzarlo de nuevo a Imaginación, Il Capitano aprendió cosas. Como que la criatura que le había llamado era un humano, un humano-mujer; un humano-mujer-anciana, y  que pertenecía a Tierra, un planeta. Capi sabía lo que un planeta era pero nunca antes había visto uno como esa tal Tierra; tan lleno de cosas, por todos lados, tanta vida, tanto todo. Fue amor a primera vista. Y aunque su viaje duró poco, pues días después la humana-mujer-anciana falleció, Il Capitano tuvo la oportunidad de volver.

Volver y seguir volviendo. Il Capitano, Il Capitano, Il Capitano. Siempre su nombre, siempre por cortos períodos de tiempo. Su primer visita a Mundo fue tan sólo un parpadeo pero las siguientes... Muchachas, de todas las edades, de todos los colores, alturas y sabores; hombres, pocos, todos temerosos, todos patéticos. Y todos morían al final, sin importar quiénes fueran. Con o sin su ayuda, todos.

Ya había perdido la cuenta de las veces que las puertas de Mundo se habían abierto para ella cuando una niña de cabellos platinados le enseñó cómo lucía una flor, y cómo eran los árboles de su realidad. Le enseñó muchas cosas que para ella eran sencillas y que para Il Capitano eran toda una novedad. Pero lo que mejor recuerda de esa pequeña fue su sorpresa y emoción al verla por primera vez.
Il Capitano acostumbraba impactar en otros seres de una forma diferente. A veces veía miedo, otras veces pánico y rabia en combinación, pero nunca el nivel de admiración que la chiquilla le había mostrado. Y era porque Capi no concebía la idea de ser una criatura extraña en ese mundo ni en ningún otro.
El tono pálido de su piel color índigo no era natural en ese lugar. Ni sus cielos rosados ni su cabello compuesto de pequeñas flores que en Mundo nacían de árboles nombrados "durazneros". Su apariencia era única. Era extraña, era lo que nunca nadie había logrado recrear en ninguna realidad. Y Capi no lo entendía. No entendía cómo los humanos, porque no conocía de otras criaturas además de los imaginarios, encontraban en ella la rareza. Porque había sido vista antes y cada vez que lo pensaba, lo entendía menos. Ellos eran los extraños, no Il Capitano.

Y en todo caso, habrá pensado alguna vez, ella no era, jamás sería, la más particular de las criaturas. Una vez le dijo a esa niña que con el tiempo fue creciendo, que sus apariencias eran similares. Il Capitano podría medir algo más que dos metros pero su cuerpo tenía ciertos rasgos parecidos a eso que la raza humana llamaba mujer. Su cuerpo era casi idéntico a pesar de los dedos que terminaban en aguerridas garras y el pecho que pese a su voluminosidad, era cubierto permanentemente con los vestigios de lo que alguna vez fue una brillante armadura.
Las largas piernas, la delgada cintura, los brazos estilizados que para nada hacían justicia a la fuerza desmesurada de la imaginaria, todo eso, incluso su rostro que pese al color, la singularidad de sus ojos y la fiereza de su boca de serpiente, conservaba aquello que los humanos llamaban belleza. Todo eso la hacía similar a la muchacha que tantos años a su lado había pasado; y, sin embargo, las diferencias eran mayores.
Porque no se podían ignorar las nubes que con recelo se arremolinaban a su alrededor ni los mezquinos alambres de púa que se ceñían a sus hombros y brazos, alrededor de su cuello. Y si algo hacía lucir a Il Capitano además de la masiva cantidad de brillantes estrellas que tenía por alas, eso era la cornamenta que sobresalía de su cabeza, aquella que se extendía por detrás de su espalda hasta llegarle a las caderas; aquella que era hogar de decenas de miles de capullos de mariposas mezclados entre bombillos de luz que poco cumplían su función original.
¿Y cómo olvidar que justo sobre su coronilla, cual aureola, yacía enredado entre flores y las ramificaciones de sus cuernos un enorme atrapasueños? ¿Cómo olvidar el momento en el que la joven que le brindó su cuerpo le mencionó la utilidad que los humanos le daban a semejante objeto?

"Un atrapasueños," había dicho, "ahora lo entiendo. Tú tienes un atrapasueños y eres el mío, tú. Que siempre me proteges de los malos sueños y los horrores que vienen a buscarme. Ahora tiene sentido, el por qué supe tu nombre."

Al amanecer del sol lavanda, la puerta de la niña de apenas siete años se abrió en medio del territorio de los horrores. No era la primera vez. El cielo estaba especialmente sombrío y la atmósfera mucho más violenta de lo normal; Il Capitano había pasado horas, largas y cansadas, en la búsqueda de un horror especial. Uno que había estado atormentando a otros imaginarios, que incluso había traspasado puertas, que era una pesadilla para todo ser viviente.
Ese horror y ningún otro; ese horror que había burlado a la poderosa imaginaria sin descanso alguno, que se había enfrentado a ella pero que al final había optado por escapar. Ese horror, astuto y renegado, había visto la puerta y en un parpadeo se le vio correr hacia ella. Él bien sabía que tras traspasar el umbral, Il Capitano debería quedarse del lado de Imaginación; se suponía una ventaja, una huida perfecta, pero entonces una voz embravecida exclamó "¡Il Capitano!", y entonces no solo fue el horror el que pasó hacia el otro lado.

La amplia habitación en la que aterrizaron, se estremeció ante la presencia de las dos criaturas. Il Capitano luchó como nunca antes, porque ese horror era demasiado peligroso y no podía dejar que lastimara a nadie más; era una abominación que debía ser eliminada y ella era quien se encargaría de acabarlo. Y ella fue. Fue, con esfuerzo, con heridas, con agotamiento; ella fue la que alcanzó la victoria.

"Il Capitano..." Escuchó susurrar su nombre tras un alargado silencio. La amenaza se había ido y entonces pudo notar que en la esquina más alejada del cuarto se hallaba una niña. Una pequeña criatura con el cabello del color de la luz de la luna humana y los ojos azules que le observaban con insistencia, con admiración, con magia danzando en sus pupilas. "Me salvaste... Gracias." El cielo en los ojos de Capi pareció temblar, y no pudo saber qué fue esa sensación; ese cosquilleo en la punta de los dedos, ese impulso injustificable de proteger.
"Dime tu nombre." Pidió, como nunca antes. Porque todos esos humanos, ya muertos, ya inexistentes, no eran más que eso: humanos. ¿Nombres? ¿Identidades? No las tenían. Pero esa niña sí, sin saber por qué Il Capitano pensó que lo merecía. Una mención especial, un recuerdo único.
"¡Sam!" Exclamó con ese entusiasmo infantil que por un momento impactó a Il Capitano. Y entonces pensó, ¿esa niña sufriría el mismo destino que todos los que con anterioridad habían dicho su nombre? ¿Moriría? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo era eso posible? Pensó y no pudo evitar encontrar tristeza en su corazón cuando la idea de esa pequeña luz apagándose se le pasó por la cabeza.

Fue natural la decisión de quedarse a su lado hasta que la llama de su vida se extinguiera. Il Capitano había encontrado en esos ojos vivaces una compañera; una criatura tan única y especial como ella lo era. No podía dejarla ir. No pudo hacerlo en los años que le siguieron al primer encuentro. Siempre a su lado, siempre juntas hasta que finalmente el momento llegó. Recordar el tiempo compartido aún genera en Il Capitano cierta angustia pero es mayor la calidez y la felicidad y el saber que con ella llevará hasta el fin de los tiempos un pequeño trozo de aquella gran humana.

Es imposible olvidar la forma en la que Sam se fue, porque desde la primera noche Il Capitano supo que su puerta era demasiado vulnerable. Siempre abierta, siempre en peligro. Siempre horrores.
Fueron incontables las batallas, las heridas, el sufrimiento. Fueron infinitas las noches de pesadillas, las peleas que Il Capitano tuvo que atravesar para protegerla. Hasta que ya no pudo hacerlo, hasta que la derrota la atrapó entre sus sucias garras y Sam debió pagar con su vida para al menos poder salvar su cuerpo.
Fue una decisión difícil. Il Capitano estaba exhausta; había pasado semanas enteras alejando horrores que, salvajes e incontenibles, acechaban a Sam cada vez con más insistencia. Era una mente poderosa, aquella que poseía la humana, y los horrores lo sabían, Il Capitano lo sabía. Y por eso dio hasta el último de sus esfuerzos para mantenerla a salvo y, sin embargo, no le alcanzó. No pudo hacerlo.
Aquel horror la tomó por sorpresa, la hirió, le destrozó la existencia en menos de un parpadeo. E Il Capitano supo, por primera vez, lo que la desesperación y el pánico significaban; no por ella, por supuesto que no, sino por la humana. Su preciosa humana que ninguna opción tuvo en contra de esa aberración de ojos vacíos.
Gritos, miedo, desconsuelo. Oscuridad. Una petición devastadora: "Capi, por favor," susurró la humana, "mátame." Terror, tristeza, ira. "Hablamos de esto, ¿recuerdas?" Agotamiento, desesperanza. "Si no eres tú la que ocupa mi cuerpo," lágrimas, tragedia, "será esa cosa y no quiero. Sabes que no quiero. Capi, por favor." Anhelo, súplica.

Resignación.

"Gracias."

Muerte.

En el mundo de sus sueños, en el mundo de Sam. Un horror acechando en la oscuridad, una única luz de esperanza sobre sus cabezas. La punta de su lanza brilló y se enterró con reluctante fuerza en el pecho de la humana. Estrellas rojas, cielos morados, flores marchitas. Los ojos azules se oscurecieron. La luz se apagó. El horror desapareció.

Il Capitano abrió sus ojos y se encontró en una habitación que muy bien conocía, en un cuerpo que tantas veces había sentido desde fuera. Se tocó el rostro, se acarició el pelo. Se miró las manos. Humana. Sam. No Sam. No humana. Ella. Il Capitano. Usurpadora. No. "No," susurró con esa voz que tan bien conocía. No. Cerró los ojos y al abrirlos echó un vistazo a su alrededor. "No," repitió con seguridad.  

Oportunidad.


Otros

{♠} Gustos:
x Decapitar horrores.
x Armar castillos de legos.
x Los rompecabezas.
x Humanos.
x Recolectar tesoros de otros mundos.

{♠} Disgustos:
x Horrores con cabeza.
x La luna de Mundo. (No es tan bonita ni brillante como las de imaginación)
x El sol de Mundo. (Porque no puede mirarlo sin que le haga daño)
x Los humanos que cumplen papel de Horrores en Mundo. (Puede que haya asesinado a uno o dos, pero sshh~ ♡)

{♠} Fobias:
x No regresar jamás a Imaginación.

{♠} Otros:
x Adora los cachorros sean de la raza que sean. Excepto los cachorros humanos, esos son feos, no tienen pelo y los detesta.
x Durante muchos años fue conocida como la traficante de tesoros, puesto que sus viajes a otros mundos eran tan frecuentes que comenzó a recolecar pequeños objetos que en Imaginación se consideraban populares por su rareza.
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Mensaje por The Author Lun Ago 22, 2016 5:53 am

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