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Ambientación

Innumerables son las historias que conocemos, de seres mágicos, mundos lejanos, incluso dimensiones paralelas. ¿Qué pasaría si te digo que todo lo que has oído es real?. Si, todo es real, y está a solo un paso de distancia.

Hace mucho tiempo la gente que dominaba la magia y hechicería tuvo ambiciones destructivas para con si mismos y el mundo, pensaron que al poseer dicho conocimiento serían seres casi omnipotentes, lo que ellos no conocían era que al abusar de ella, las barreras que mantenían a los mundos separados comenzaron a unirse gracias a la oscuridad que crecía en los reinos por estos abusos.

Hoy en día cualquier raza puede encontrarse en cualquier reino, ya que las brechas espacio tiempo creadas por la oscuridad, las cuales todos conocen como Portales, les permiten viajar entre ellos, aunque todo viaje tiene sus consecuencias...

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Mensaje por Hayate Tsubasa Vie Ago 19, 2016 12:21 am

take it all.
Bosque Encantado | 19 / 8 | 03:00 am | misión núm. 2 / rango 3.
Tsubasa sonríe con amplitud, como un niño pequeño al que le obsequian dulces sin límite. Puede comer y devorar, puede saborear en la punta de la lengua el placer haciéndose líquido cual chocolate derretido y es que lo ha logrado. Lo ha logrado y el deleite consigue agolpar saliva al fondo de su boca.

Tiene los brazos cruzado sobre el torso a la vez sangrientas pupilas inspeccionan el bosque a su alrededor como si pudiera leer cada uno de sus movimientos, no pasa inadvertido. Es aquí, es aquí y lo ha logrado, logrado. ¡Logrado! ¡Maldita sea! Tsubasa ruge en el centro del pecho tal cual fuere una bestia hambrienta al tiempo colmillos como dagas descienden de un solo, certero movimiento hasta quebrar la piel vulnerable del labio inferior. — No puedes huir de mí, hermano. — murmura a la nada, fija la mirada en la inmensidad esmeralda. — Nunca podrás huir de mí. — susurra de nuevo antes de apoyar la palma derecha sobre un tronco cualquiera. Es fuerte, es grueso. Parece milenario y eso le suscita gozo inmensurable pues antes de darse ni cuenta garras afiladas cruzan de un momento a otro tal maravilla natural. — ¡Nunca! — ruge, ruge de nuevo, los sollozos ajenos un eco en el entorno porque Tsubasa es consciente, un poco a veces y no tanto otras, que los portales entre dimensiones nacen a partir de sentimientos repugnantes. — ¡Cállate, joder, sólo tienes que sufrir en silencio hasta que la maldita puerta se abra! — el filo de las poderosas uñas alargadas raspan más profundo tan sólo y tan simple para retener a Tsubasa de clavar tales armas en el intestino de la desdichada.

Y sin embargo no consiguen demasiado, pues el hombre delante de la mujer se halla, con sus manos revolviendo entre las entrañas. — No soy bueno esperando, ¿sabes?, lo cierto es que se me da bastante mal. — ladea la cabeza mientras esas facciones de ángel travieso esbozan una sonrisa inocente. Es amplia de nuevo, la sangre descendiendo por el mentón hasta resbalar sobre el elegante cuello, párpados entreabiertos y pupilas clavadas en lo que sus manos agarran. — No te preocupes, prometo que los mataré con misericordia. — Lengua sonrosada lame de abajo hacia arriba la mejilla de la moribunda. Ella sujeta las muñecas del vástago con tanta fuerza que heridas pequeñas aparecen y desaparecen segundo sí, segundo también. — Ahora, muéstrame el camino. — es lo último que susurra antes de que los afiladísimos caninos finalicen el trabajo.
Ella grita con cada fibra de su ser aun cuando sabe no es más que farfullo arrastrado por el viento intrépido porque tiene la garganta desgarrada y el tartajeo le parece divertido a Tsubasa, tan gracioso como para ser digno de recuerdo puesto no ha conocido mortal (o inmortal) a lo largo de todos aquellos años de no vida que produzcan un sonido diferente justo al instante de prever la muerte. O sí, o tal vez sí. Y Tsubasa ruge de nuevo con los colmillos manchados y el odio conjunto al amor mezclándose hasta forma explosivo cóctel a punto de estallar con el único fin de arrasar con absolutamente todo eso saliéndole al paso. — Dame lo que quiero. — musita de nuevo, arrodillado sobre el vientre ajeno mientras ahí en lo alto Diana observa las fechorías de su más depravado hijo. Arroja sus faldas pícaras sin embargo, iluminándole un tanto más el sendero a seguir cual madre preocupada buscando facilitar los obstáculos deparados al aguerrido primogénito.

Pero el rubio no necesita esperar demasiado pues pronto ella muere y su sangre se derrama viscosa hasta el suelo, la hierba moteándose de gotitas escarlatas; la tierra nutriéndose de su pobre alma. — Y luego dicen que el goloso soy yo. — exhala una carcajada, viéndose ésta cortada cuando una brecha se abre a su espalda y el viento agitándose con tanta violencia cual ojo de huracán le saludan con gracia. El vástago entrecierra los ojos antes de desencajar las garras del inerte cuerpo. Se acerca sin miedo, la punta de su lengua arrastrando la vida extinta en rápidas pasadas a sus dedos. Los filosos bordes pinchan el rosado músculo con ademán pensativo puesto si bien conoce lo que al otro lado espera no quiere decir puede cruzar así sin más. Los factores a salir mal son infinitos y a cada cual desconocido. Es una tierra de magia. Es una tierra digna a ser aterrorizada. — Espera por mí, Tsubaru. — ronronea en vibrante sonido y el placer brillándole lascivo al fondo de las pupilas rubíes. Tsubasa no duda ni tiembla, atraviesa el portal con la velocidad caracterizada, dejando atrás el mundo conocido, dispuesto a conquistar otros mucho más exquisitos.

Vengeance waits. Fury reigns. With all at stake and so it begins.

La sonrisa del vástago es tan inmensa que resplandece, las puntas afiladas apoyadas de manera provocativa en el carnoso así como rojizo inferior. El bosque saludando con un silbido, la brisa acariciando los cabellos dorados cuales rayos de sol, la noche engulléndolo todo. Una oscuridad que repta como gusano por las ramas de los árboles, única belleza la mortecina luz ahí arriba en el firmamento. Corona con descaro, ella, pero a Tsubasa le apasiona observarla porque tan pequeña como le parece, podría destruir el mundo entero si desapareciera engullida dentro de un agujero negro. Tsubasa afilada el mirar antes de alzar la diestra al cielo, extendiendo los dedos, cerrando uno de sus ojos. Predador insaciable, no sólo de sangre y carne, no sólo de muerte y el dolor revolviendo en las entrañas hasta desmayar. Tsubasa desea colonizar cualquier forma de existencia como si se tratara de un tirano en pleno auge. — Pronto. — promete a Diana y sus centinelas antes de retomar el camino porque esperan por él, sí, sí, sólo por él. Aunque bien, no es tal cual así como lo piensa puesto sabe Tsubaru huyó de su cercanía gracias a los múltiples intentos de homicidio. ¡Pero no puede evitarlo! ¡Le ama! Le ama tanto que devorar su corazón con los colmillos es un sueño placentero, repitiéndose y repitiéndose y repitiéndose hasta excitarle cual puta trabajando entre sus piernas. — ¿Dónde estás, mi pequeño hermano? — susurra a ojos cerrados y puños apretados mientras la extensión a su alrededor despista los sentidos agudizados porque es un entorno inexplorado así que no hay mayor cosa en aquellos instantes que descubrir. ¿Podría desviarse un poquito tan sólo de la meta? Nada más un par de cabezas.

Deciden por él, para no perder la costumbre, Tsubasa es retenido en su lugar por perfumes extasiantes. Un niño, a lo lejos, piedras golpeando tierna carne a la vez chillidos estruendosos como cerdos en el matadero. — Bonito regalo de bienvenida. — relame sus labios cual gato los bigotes con el fin de retirar la leche sobrante goteando en ellos.
El vástago se desliza entre las ramas y raíces sin hacer el menor ruido, una sombra en la oscuridad de la noche. Un fantasma portador de no más que la muerte. Y ve el problema, ahí, sí, a lo lejos. Niños, crueldad hecha de vísceras a la vez tierna inocencia, a su parecer son lo que mejor sabes pues en sus venas la sangre densa como el fuego trae a su muerto corazón recuerdos innombrables. ¿Cómo puede confiar el mundo tales malditos retoños? Son partículas del diablo, maldita sea. No hay nada más despiadado que esas criaturitas con rostros regordetes y pestilencia azucarada.

— ¡Es un monstruo! ¡Es un monstruo! — uh, eso al vástago le ha dolido. Los niños son como ratas de alcantarilla, lástima no puedes fumigarlas a todas a la vez, sin embargo, aprovechándose de la oscuridad se queda apoyado contra un árbol, brazos cruzados y sonrisa divertida como si estuviera disfrutando del más esperado de los espectáculos. — ¡Deberías morir, engendro! — los mocosos siguen maldiciendo a otro. Tiene el cabello negro, corto, brazos delante del rostro. Cubre a ratos su pequeña cabeza como si con eso pudiera detener las piedras. Estúpido. Logra provocar arcadas imaginarias en el vástago porque aquello se está volviendo aburrido debido a lo o nada que el muchachito busca defenderse de esos atacándole y de alguna retorcida manera Tsubasa se siente identificado. ¡Identificado! Hace siglos no se sentía de tal modo nauseabundo por lo tanto aparece entre los árboles con orbes refulgiendo en carmesí sanguinario. Un hambre insaciable, los colmillos como plata, dagas brillantes cercenando cuellos delicados. ¿Por qué romperlos si puedes nutrirte de ellos? Son segundos, no más y menos lo tardado en abatirlos a todos. El verde se vuelve rojo, espeso e intenso. — Tú. — el mentón manchado y párpados entrecerrados mientras con el dorso de la mano limpia los restos de aquellos en su boca. — Vete a hacer al productivo como destripar algún bichejo inmundo o romperle el brazo a alguien. — ordena con el tono aburrido mientras la suela pasada de sus botas aplasta el cráneo infantil. El que tiene más cerca. ¿Por qué lo hace, el bastardo? Sólo porque sí, porque puede, porque la fijación es insana y un deleite a sus sentidos despedazar todo cuanto a su alcance se encuentre.
Pero el niño sobreviviente nada más la observa como si delante de sí se formase un héroe. — ¿Qué miras, mocoso? — Tsubasa se cruza de brazo para realizar igual obra, simplemente la emoción es diferente. Desdén tiñendo las facciones de ángel caído. — Me has… salvado. — la ratilla musita incrédulo y Tsubasa bufa ante de seguir el sendero. Tiene trabajo que hacer y el tiempo si bien no es oro para él si posee una tediosidad ilimitada. — Lárgate por ahí. — gruñe con los caninos extendidos y la muerte pintada en las pupilas. El vástago desaparece entre las sombras como una exhalación.

El niño se queda mirando el camino, pensó, seguido por ese salvador de ojos escarlata y dorados cabellos cual refulgente sol de verano.

Where worlds collide. Blood divides. When darkness falls, fate calls.

— Mírate, todo un padre de familia. — ronronea apoyado contra la puerta, piernas cruzadas una delante de la otra mientras las uñas acarician la madera del umbral. Un sobresalto por parte del vampiro más joven le produce ligera risita vibrando en las cuerdas, más, retiene al morderse el labio inferior con uno de los colmillos. — ¿Me has extrañado? — susurra con lasciva seducción antes de adentrarse sin ser invitado. Civilización a su alrededor, un pueblecito dejado de la mano de Dios. ¿Cómo pudo acabar su hermano en tan repugnante localización? Una mujer durmiendo a su costado le otorga las respuestas necesarias como para sentir el fuego de la posesión ardiéndole en las entrañas.
Su rostro cambia, se contorsiona por completo, presa de los celos. — ¿Por eso? ¿Me has cambiado por ella? — agudas son las pupilas, colmillos rozando la boca de terciopelo. — Tsubaru. A mí. A tu hermano. Quién dio todo por ti. — escupe venenoso, retorcidamente herido. Pasos pesados, retumbando en el acogedor hogar. Las llamas crepitando en la hoguera tras ellos. Hay un movimiento ondulante, amenazante, como si reaccionasen ante el mayor de los Hayate, sin embargo, tan imperceptible como apareció así mismo se fue. Y el discurso de Tsubasa se ve cortado por tan despreciable mujer sobre el catre, con sus pestañas de princesa de cuento de hadas y sus manos delicadas cual pianista consagrada. — Tsubasa… por favor. — es el susurro desesperado de su hermano mientras se acerca a la mujer aterrorizada como un canario en frente del malévolo gato.

Es gracioso, el ruego.
Es gracioso porque le hace desear escuchar mucho más.

— Dilo de nuevo. Dilo, dilo, dilo… — los mechones platinos caen sobre la mirada empañada por lágrimas tan rojas como sus propias pupilas. — Dilo y serás bendecido. — ladea la cabeza al tiempo los cristalitos escarlatas ruedan hasta colgar precarios de la marcada mandíbula porque hubo un tiempo en donde Tsubasa amó tan violento, tan desgarrador que a sí mismo se perdió entre la locura inyectándose en las venas y la mezquindad presionándose con saña en el corazón apagado para siempre. No hay motivo certero de por qué el mayor de los vástagos se acerca hasta la mujer mientras los irises bullendo entre plata y escarlata sacuden hasta lo más hondo de las entrañas a Tsubaru, es como una idea, su quietud, se le implanta sinuosa entre los pliegues del cerebro para finalizar en una rigidez muscular imposible de eludir. O tal vez es tan simple y tan fácil como ese rostro atrayente mostrándose vulnerable pues recuerda bien, recuerda esas frías noches de invierno en dónde ambos se aferraban con tanta necesidad el uno al otro como para perderse en medio del mapa conformando los músculos por trabajar. Eran niños, siguen siendo niños. Tsubasa le observa, no aparta las serpentinas pupilas reflejando tanta devoción que hiere en lo más hondo de su interior, lastima porque sabe no es falsa. y hay un instante en el que sonríe tan dulce cual ángel que el menor de los Hayate se encamina directo hacia la boca antaño saboreada sin importarle en aquellos segundos eternos el rostro horrorizado de su esposa.
Tsubasa aprieta entre dedos elegantes el cuello de cisne. Blanco como la nieve.
El pulso desbocado bajo las yemas. La frialdad aterciopelada de los labios rojizos.
Se siente como una explosión en el centro del pecho. Aturde, como si una bomba explotase justo en su oído.

Hay pecados inconfesables, esos que jamás te atreverías a pronunciar en voz alta. Tsubasa, en su inmortalidad, en su mortalidad, en su locura y en su cordura; ha obrado de maneras despreciables. Ha matado, ha mutilado y torturado. Y lo ha disfrutado. Lo sigue disfrutando. Porque en el momento en que la mujer bajo él deja de respirar la boca cremosa de su hermano menor se presiona con la fuerza diabólica de la noche arrastrándose hasta el inmóvil corazón. Saborea fascinado la misma territorialidad sentida, la crueldad de sus decisiones. Disfruta del rencor y la sangre de por medio. Se desliza provocativa por la comisura izquierda y es rescatada al instante gracias a esa lengua traviesa.
Las llamas crepitando al final de la choza parecen apagarse como dóciles mascotas. — Eres mío. — susurra contra esa esponjoso músculos sonrosado antes de clavar un poco más los dedos en la carne muerta. Tsubaru, hipnotizado, es incapaz de notar la ausencia de vida en el cuerpo sometido. — Siempre serás mío. — solloza, es desgarrador el tono. Como si el alma se hubiera quebrado y el corazón destrozado. Las lágrimas siguen manchando esos pómulos altos. Desesperación entre manos. Pero el joven vástago parpadea y la ensoñación parece desvanecerse como cenizas arrastradas por el viento.

Tsubasa no le da tiempo a reaccionar. Se abalanza sobre él como un huracán enfurecido sobre el pueblo desamparado por su dios. — Volverás a ser mío para siempre. — Murmura bajo y despacio, situado entre los muslos temblorosos de su amado. Las muñecas aplastadas por la fuerza de una mente perturbada mientras las garras de Tsubasa escarban entre cuero y pilares. Rompe las costillas, explota los órganos. Un lío de sangre, vísceras. Muerte rodeando cada esquina. Estrangula cual soga al cuello del asesino, verdugo sonriente, listo para tirar de la palanca. Ahí, ahí. En la horca. Muerte al embustero, lástima para el pecador. — No te atrevas a dejarme, Tsubaru. — enloquecido el susurro, párpados caídos con lujuria. ¡Estás loco! ¡Estás loco! Tsubasa, Tsubasa. Tsubasa. Oh, sí, susurra mi nombre entre lágrimas. Grita, grita con el alma mientras me adentro tan profundo como para tocarla. Los colmillos se encajan en el cuello del hombre bajo el cuerpo del rubio porque todo ha de pertenecerle, la sangre derramada, a piezas su silueta. Es como una estatuilla de cristal. Una, dos y tres. Tres, dos y una. Y le sabe a poco, a poco le sabe porque no está bebiendo directamente de la fuente. No puede arrebatárselo todo. ¡No puede! ¡No puede! Y entonces se abren paso los dedos en el pecho, arrancan de cuajo el corazón muerto con el único fin de a sus labios llevarlo y clavar en su más íntimo ser la ponzoña obsesiva incapaz de ser disuelta. — Voy a arrebatártelo todo. — aprieta dentro de manchados dedos el órgano devorado, sus restos cayendo sobre su hermano. — Absolutamente todo.

This winter breath. Taste of death. Where iron meets flesh.
We'll take it all.



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