Privado con Astrid // Not mine.

Desde el Mundo los vientos habían llegado trayendo con ellos historias y rumores, todos increíbles, pero uno por encima de los demás, al punto que toda su piel había sentido el impacto de lo que le había sido revelado... El gran lobo había muerto.

Lucian, siguiendo los mandatos de su antiguo Alfa, se encontraba corriendo en lo más profundo de un reino desconocido, uno de los muchos que había recorrido desde que había salido de Argentina. Entre las sombras del bosque los gritos se apagaban y se convertían en fuertes respiraciones, en ecos que chocaban contra cada rincón de su mente y es que si Rodrigo Borgia había muerto entonces la había dejado por nada y esa era una idea que aún no estaba dispuesto a aceptar. Sus pies se encontraban descalzos, en contacto directo con la tierra, su torso desnudo y sus piernas cubiertas por un pantalón de jean que ya se encontraba cubierto de tierra.

El viento azotaba las copas de los árboles con tanta fuerza que casi parecía que quisiera arrancarlos del suelo, los animales se encontraban todos en sus respectivos refugios, aunque uno que otro lobo se acercaba a observarlo, el contacto de un garras rojas y la naturaleza es sagrado e incluso animales que nunca antes te han visto saben que no vienes a atacarlos, saben que se trata de un aliado, de un igual.

Finalmente se detuvo en la oscuridad, frente a un pequeño canal que parecía haber sido creado por seres mágicos, alzó sus ojos a la luna y suspiró pesadamente, no importaba cuanto mirara a Selene, no importaba cuantas veces intentara verla, sólo podía recordar el rostro de aquella que le había sido prohibida.- Te maldigo mil veces, Rodrigo Borgia. -Dijo sin apartar sus ojos del astro celeste.

Desde que su padre había fallecido no encontraba la respuesta a la inundación de diferentes emociones que la atormentaban durante el día y la noche. Podía sentirlo, su espíritu muy dentro de todo lo que ella amaba, Gaia susurraba su nombre en su oído con cada brisa que acariciaba su cuerpo y desordenaba sus cabellos, susurros que sólo un Theurge podía reconocer y comprender. Él estaba bien, después de todo había encontrado la paz convirtiéndose en un balance en la naturaleza. Su nombre pasaría de generación en generación cómo uno de los Alfas más feroces entre los Garras Rojas, si es que sus actos no lo habían convertido en el peor. ¿En su mente? Sólo podía ver toda la violencia y desprecio que su padre guardaba por todos, sobre todo por los humanos luego que su madre muriera.

Le dolía aceptarlo, suponía que una parte de su ser aunque fuera muy dentro se sentía destrozada pero no era así, lo que le dolía era aceptar que la muerte de su padre no le afectaba. Odiaba cada fibra de su ser, Gaia debía de sentirse decepcionada de ella por no llorar la muerte de su progenitor pero simplemente no lo lograba. El resentimiento que tenía se podía volver tan grande que convertía su corazón y su pena en un agujero negro del cual no podía escaparse.

Llevaba un par de días en el bosque encantado, después de que un demonio le facilitara la ubicación de los portales en Nueva York decidió que lo mejor para ella era guardar su luto lejos de todo lo que conociera. Aquél lugar dónde estaba era completamente nuevo para ella que estaba acostumbrada a tanto odio y violencia injustificada, era casi... mágico. Hacía unos cuantos días llevaba su paso lento por el bosque, ayudando a cada animal que se acercara por necesidad, nunca pudo entender exactamente cómo pero ellos parecían reconocerla, saber que se trataba de alguien que quería ayudarlos y no sólo convertirlos en su cena.

Durante unos minutos se dedicó a crear una especie de pasta con hiervas que encontraba en su paso, un pequeño ciervo que había perdido a su madre en una cacería estaba herido y solo, ¿podía doler más su corazón? Bien ella sabía lo que era sentirse huérfana, sin nadie en el mundo que viera por ti o te indicara que camino seguir. -Estarás bien, confía en mí... vamos a que bebas agua, sígueme. -Susurró para el pequeño cómo si éste pudiera realmente entender lo que decía y sus intenciones, se colocó de pie y trató de guiarlo hasta un canal que había visto días antes que había pasado por allí. El olor del animal y de su sangre nublaron su olfato por unos segundos, por lo que pudo darse cuenta de una presencia ajena cuando ya era demasiado tarde.

Se quedó de pie a unos escasos metros cuando se encontró con alguien con su mirada perdida en la luna, el porte, su espalda, incluso su cabello, podía reconocerlo a la perfección porque su mente lo dibujaba todos los días. Su estómago se apretó con tantas fuerzas que sentía que en cualquier minuto podía vomitar, ni siquiera sentía su respiración, ¿porque debía estar respirando, verdad? A ciencia cierta, no podría aseverar nada con seguridad en ese momento. - ¿Lucian?

El destino era un dios cruel y despiadado que aplastaba los sueños de los que se atrevían a mirar más allá de lo que les había sido permitido, Lucian sabía que podia volver a su hogar, pero no encontraba una razón, ella ya no estaría allí y aunque así fuera, Rodrigo había dejado más que claro que tenía planes para sus hijas, ambas habían estado destinadas a afianzar sus alianzas con otras manadas y más allá de eso, no importaba lo muerto que el gran Alfa se encontrara, ella debía haberlo olvidado, se había ido sin decir nada, así que era simplemente lo que se merecía.

Su mandíbula se apretó fuertemente ¿Cuánto tiempo había pasado? Seguramente no el suficiente, pues seguía viendo su rostro en cada sueño y escuchando su nombre en cada murmullo del bosque, no importaba en que reino se encontrara, siempre había algo que la desenterraba de sus memorias, que llevaba su aroma a su nariz y ya no podía soportarlo, pero aún no era lo suficientemente fuerte como para volver a verla, aún no estaba preparado para respirar profundo y sentir el aroma de otro en su piel ¿Supuestos? Para nada, Lucian la amaba, por lo mismo la conocía, tal vez mejor de lo que se conocía a si mismo y por eso sabía perfectamente todo lo que pudo haber pasado en su ausencia, no necesitaba que nadie se lo dijera.

El bosque le dio a entender que un animal se acercaba, tal vez se trataba de otro lobo, pero fuera como fuera por el momento sólo quería observar a Selene, mas como si de un puñal en el pecho se tratara escuchó esa voz, la única voz que lograba dejarlo completamente desarmado.- No es cierto, no estás aquí, no puedes. -Gruñó entre dientes al tiempo que se volteaba, esa imagen, ese rostro, hermosa como la recordaba. Lucian saltó desde el lugar en el que se encontraba y se acercó a ella, convencido de que se trataba de una visión, después de todo no era la primera vez que ese bosque intentaba jugar con su mente, ya antes le había mostrado visiones de la loba, incluso el aroma de la loba, pero la visión siempre desaparecía cuando intentaba tocarla.- ¿Qué más tienes para decir? ¿Que te abandoné? ¿Que me marché sin ti? Acaso no lo entiendes... -Sus ojos llenos de ira observaban fijos los ojos de la que creía nada más que una alucinación.- Acaso piensas que no lo sé, que no comprendo que te dejé porque era débil, porque le temía a tu padre, porque no tenía la fuerza para vencerlo, porque no eras mía. -Sus palabras cargadas de rencor y sus ojos ya casi teñidos de rojo, pero sabía que aquello no duraría mucho, o eso pensaba. Como siempre se acercó a la "visión" pero esta vez no la tocó, simplemente bajó la mirada y suspiró.- ¿Cuánto más Gaia? ¿Cuántas veces más tengo que verla para que entiendas que la necesito?

Desde su lugar todo pasaba tan lento que se volvía asfixiante, un espacio dentro de ella suplicaba a gritos que se hubiera equivocado, que sólo se trataba de un hombre parecido, con su aroma parecido, con sus mismas mentiras. Pero no, Gaia solía jugar con su destino cómo si fuera tan sólo el acompañamiento de la tarde y la obligaba a vivir situaciones que pensaba nunca tener que afrontar. Astrid nunca había sido una loba cobarde pero a pesar de todo el tiempo que había transcurrido, aún no encontraba las palabras para afrontar ese momento.

Sin si quiera poder reaccionar Lucian volteó y tras unos pequeños segundos la ira hizo colapsar su cuerpo, su mirada sobre ella era furiosa, cada palabra que escupía las sentía llenas de odio y de resentimiento. La loba se quedó de pie sin poder articular ninguna palabra, ningún movimiento. Sentir su mirada sobre ella congeló su cuerpo al punto en que sólo se limitó a ser testigo de la escena del Garras Rojas, a presenciar sus ojos teñidos de rojo mientras que su voz comenzaba a apagarse lentamente al igual que su furia. ¿Furia? Ahora la recordaba.

Sin premeditarlo y sin aviso alguno, todo lo que sintió aquella mañana al despertar sin él se abalanzó sobre su cuerpo como una avalancha de emociones. Lucian calló y su voz derrotada murió con él, pero incluso antes de que elevara su vista Astrid alzó su mano y abofeteó el rostro ajeno tan fuerte cómo sus fuerzas le permitieron en ese instante, no podía verlo desde ese ángulo pero esperaba en su interior que le doliera, tanto como a ella. Furia, eso era lo que sentía, ya podía recordarlo y también sus ojos. - Yo sí era tuya, tu cobardía no te dejó verlo.

Su rostro estaba contraído en una expresión dura, sus ojos lo veían con rencor, con un desdén que había acumulado desde que se dio cuenta que él no regresaría. Su cuerpo temblaba en una batalla campal por lo que deseaba hacer y por lo que su mente le dictaminaba, cada poro de su ser se sentía atraída hacia el lobo, incluso su apretado estómago sufrió las consecuencias de escucharlo, ¿y si era verdad? ¿y sí todo lo que decía era verdad?.- ¿Necesitarme? ¿Tú? ¿El que me abandonó después de pasar nuestra primera noche como hombre y mujer?- Respiraba con intensidad en un intento casi vacío por no gruñir y arrojarse sobre él a romperle el cuello.- Gaia no debería darte paz... tú no sabes amar, no sabes luchar por lo que quieres, no sabes defender lo que profesas amar.

Antes de que pudiese pensar siquiera en alzar la mirada sintió un calor punzante en su mejilla que hizo que su cara se volteara ante la fuerza de aquel golpe, pero no era posible. Retrocedió un par de pasos y era como si el cielo se estuviera cayendo y lo estuviera aplastando, aquella no era una ilusión, no podía ser una ilusión pues cada vez que la veía ella desaparecía al tacto y esta vez la había sentido, por Gaia que la había sentido. Intentó hablar, pero las palabras se atoraron en su garganta como desesperadas por salir disparadas de una boca que no lograba articular praxia alguna.

Sus palabras, sus gestos, incluso el dolor que había provocado, todo estaba allí ligeramente contaminado por el perfume de otras manos, pero nada de eso tenía la más mínima importancia. Lucian respiraba profundo al tiempo que sus ojos se fijaban en los ojos ajenos y como si de un anima se tratara se abalanzó contra Astrid una vez las palabras hubieron terminado de salir de aquella boca, sus manos se lanzaron a sujetar los brazos ajenos sin escatimar en fuerza, la atrajo hacia su propio cuerpo tal vez de una forma demasiado brusca y es que ya no sabía cuanto tiempo llevaba controlándose, sólo sabía que no daba más, ya basta de palabras, entre los animales no hay palabra que valga.

Sin advertencia de por medio, y en cuestión de segundos, tapó la boca ajena con su propia boca, de esa forma silenciaría cualquier palabra que se hubiera quedado en fila, ya no deseaba escuchar, no más, no ahora. Sus labios acariciaron los labios ajenos tan fuertemente como si quisiera fundirse en la boca de la hembra, su respiración agitada y su cuerpo tenso. Su lengua se abrió paso entre aquel brusco beso, no importaba si se la arrancaba de una mordida, la humedad de la boca de Astrid lo invitaba a probar una vez más ese terciopelo de textura que era la lengua ajena, pero sólo por unos instantes, lo suficiente como para recordar aquel sabor que tantas noches le había hecho falta.-  No te atrevas a decirme lo que necesito y lo que no necesito. -Murmuró roncamente sobre la boca ajena, aún agitado, aún insatisfecho.- No sabes cuantas veces intenté volver por ti, no sabes cuantas veces caí debajo del pie de Rodrigo Borgia, pero si necesitas odiarme hazlo, ódiame con fuerza, con toda la que tengas, así al menos sabré que piensas tanto en mi como yo en ti. -Su rostro aún dolía y estaba seguro de que las uñas de la menor habían marcado surcos en sus mejillas ¿Y qué? No sería la primera ni la última vez que sangraba por su causa.